Vamos a valorar aquí el género fantástico (tan a menudo denostado por la crítica oficial) en el sentido más amplio del término, vinculando su poderosa metalingüística al cine de terror y ciencia ficción, de toda época y procedencia. La fantasía, en efecto, no conoce límites. Y para inaugurar este espacio, una sugestiva (y reivindicable) obra del director de La noche de los muertos vivientes, que como vereís a continuación, fue rebautizada en España con zafio y falaz ¿virtuosismo?... Espero que os guste (el artículo, claro, y la sección).
Martin. El regreso de los vampiros vivientes (Martin, 1977) de George A. Romero
La mejor película del irregular “padre de los zombis” George A. Romero. Es Martin… un film singular por cuanto se coloca fuera del ámbito popular del mito, cuestionando sus códigos más tradicionales/habituales. Considerada como una genuina versión del vampiro moderno, habría, no obstante, que valorar tal afirmación únicamente en relación al contexto, a situar el personaje en un marco espacio-temporal contemporáneo. Trasplantar al vampiro a un ambiente urbano moderno ya se había hecho antes, era la punta de lanza sobre la que se sustentaban propuestas, por otro lado tan mediocres, como Count Yorga Vampire (Bob Kelljan, 1970) o Drácula 73 (Alan Gibson, 1972). Claro que en el film de Romero tampoco hay mansiones, tabernas de época, carruajes, y demás orfebrería gótica de siglos pasados; pero es que por no haber, no hay ni ¡vampiro! El alienado adolescente que interpreta John Amplas no es un vampiro, sino que cree serlo, y de 84 años. En puridad genérica, la película es un tortuoso y mortuorio drama. El “vampirismo” queda aquí reducido a una esquizofrenia crónica, a una extraña enfermedad patológica, incomprendida y no contagiosa, cuyos únicos síntomas son el apetito de sangre y la eternidad. El director presenta al personaje protagonista en la secuencia inicial previa a los propios créditos. La película se abre con un plano desde dentro de un tren, enfoca a la puerta de entrada donde los pasajeros suben, entre ellos, un joven al que pronto identificaremos, es Martin. Éste fija su atención en una mujer. Al anochecer, Martin entra en uno de los servicios. De una bolsa extrae una jeringuilla que, cuidadosamente, llena de un líquido transparente, una especie de tranquilizante –el proceso está filmado con minuciosidad, abundan los planos detalle- Parte de un ritual que completará cuando inyecte a la pasajera (seleccionada), se sirva de una cuchilla de afeitar para “acceder” a su ansiado “alimento”, y prepare la “escena” de modo que lo sucedido parezca fingir un suicidio.Finalizado el trayecto el muchacho baja del tren, le espera su tío: “¿Tu eres Martin Matias?, soy Cuda, ven, tenemos que tomar otro tren”, le dice con gesto severo.
Martin es un miembro maldito de una familia rumana que ha viajado hasta Pittsburg para ser acogido bajo la tutela de su tío Tada Cuda (Lincoln Maazel), un carnicero supersticioso, un religioso dogmático, muy sensible al mito. Cree real que su sobrino es un monstruo mítico y le advierte de no tomar a una sola persona de la ciudad. Al entrar en casa (“decorada” con crucifijos…y ristras de ajos) le espeta: ¡Nosferatu! ¡Vampiro! Primero salvaré tu alma, luego te destruiré. El personaje de Cuda se presenta como la paradigmática representación de un entorno asfixiante y opresor. Un callejón sin salida. El principio del fin para el nuevo residente en el suburbio industrial de Braddock. Los delirios enfermizos de Martin -que Romero visualiza remarcando su naturaleza fantástica en contrastado blanco y negro- serán reafirmados por la sociedad que le rodea. Las únicas personas con las que establece una (saludable) relación y que actúan como una suerte de vía de escape, su prima Christina y la señora Santini, terminarán, de un modo u otro, desapareciendo de su vida (siempre alejada de la realidad). Aunque el depresivo y sorprendente final quede canalizado (como representante) en la acción de un solo personaje, fueron en realidad la incomprensión, la ignorancia, la superstición, el conservadurismo y el celo religioso, los que jamás le dieron una oportunidad, los que abocaron a Martin a una inexorable destrucción. George A. Romero no hace ninguna concesión y articula aquí una afilada y contundente crítica (social) que trasciende la pantalla. Enormemente interesante.
Harmónica