martes, 23 de noviembre de 2010

CRÍTICAS CINE DE ESTRENO

Imparable (Unstoppable) de Tony Scott

1 millón de toneladas de acero, 100.000 vidas en peligro, 100 minutos para el impacto. Tan elocuente frase publicitaria no sirve más que para generar la lógica (y exigible) expectativa, aquella en la que el espectador admite la singularidad de la propuesta y se lanza encantado en busca de un vacuo espectáculo de suspense electrizante. Nada más lejos de la realidad. Los responsables del film se han declarado en huelga y el (supuestamente) irreductible tren no cubre ni los servicios mínimos. Pura indiferencia.
Lo cierto es que no resulta incoherente la aparición de un producto tan pobre como Imparable cuando lo más aplaudido en la filmografía reciente de su director es una memez titulada El fuego de la venganza, remedo hiperbólico del antaño “justiciero urbano” encarnado por el Charles Bronson de turno convertido por obra y gracia del realizador británico en un irritante y eterno videoclip de ¡146 minutos! Ahí es nada. Ahora bien, se debe expresar un sincero agradecimiento al hermano de Ridley Scott, en serio. Su empeño en materializar ese inane e innecesario remake - Asalto al tren Pelham 1, 2, 3. - permitió que el foco de atención se desplazara por un momento a la película de 1974, su descubrimiento mereció el entusiasmo, y por mero análisis comparativo ésta última salió infinitamente reforzada. Se hubiera preferido el reestreno de la original, es cierto, pero probablemente las leyes del mercado hubieran desaconsejado tal osadía, el público (objetivo) no estaría capacitado para valorar la precisión milimétrica del guión de Peter Stone ni la apabullante puesta en escena de un sorprendente Joseph Sargent. Estimaron que lo mejor era crear una nueva versión (más de lo mismo) y encargar su realización al señor Tony Scott, adlátere de esa nueva especie endogámica caracterizada, entre otras cosas, por la desidia literaria, el paroxismo visual y la apología del efectismo.

Pero está bien, vale, vuelvo ahora sobre esta última nadería cinematográfica que nos propone el director de Top Gun (la que faltaba…). Imparable está basada en hechos reales. Muy a pesar de que el material tenía posibilidades, Scott prefiere obviar el tratado humanista y centrarse en la historia (o más bien anécdota) de un tren de mercancías descontrolado que hay que parar a toda costa. Un diez en originalidad. Mark Bomback, guionista de (ejem…) El enviado (2004) o La lista (2008), no escatima en tópicos, la convencionalidad es exasperante. Por supuesto que Imparable está más cerca del Speed de Jan de Bont o de los títulos menos ilustres y simplistas del cine de catástrofes de los setenta que de la estimable cinta de Andrei Konchalovsky El tren del infierno.

Hablar de personajes es tarea difícil, no solo es que sean de una sola pieza, planos, unidimensionales; es que son prácticamente inexistentes. Están escritos con tan grueso trazo que rozan el ridículo, la caricatura. El calzador se aplica para mostrar los problemas personales de los protagonistas, en verdad a nadie le importan, pero asumen su función: rellenar metraje. Delirante. Denzel Washington interpreta a un veterano ingeniero de trenes, en ésta, su quinta colaboración con el director y, posiblemente, nunca recibió tanto (dinero) por tan poco (trabajo). Solo lamentar el desperdicio de talento.

A falta de intensidad, novedad, estilo, profundidad dramática, construcción de personajes y un luengo etc. Scott se limita a hacer lo de siempre, esto es, dar rienda suelta a sus pretensiones video-artísticas con un recital de espasmódicos movimientos de cámara, excesivo uso del travelling, cámaras lentas, gratuitos zooms…Siempre he pensado que este tipo confunde ritmo con velocidad. Si se supone que la inevitable transformación estética del género de acción pasa por el autor de Domino, ¡yo me bajo en marcha!
No os perdáis el despliegue de medios: vagones descarrilados, helicópteros por doquier, multitudes asustadas, localizaciones diversas… oye, que para eso es un producto (manufacturado) de Hollywood con casi cien millones de dólares de presupuesto. Desvirtuemos aquí el dicho: a veces MÁS es MENOS.

Podría, por último, destacar la honestidad de la película, pero ese es el gran problema de Imparable: hasta como puro y llano entretenimiento resulta discutible. Lo único verdaderamente “imparable” es la autodestrucción de sus imágenes en la mente del espectador. Tony Scott ha hecho lo más difícil, situar su último trabajo entre lo peor de su ya por sí floja filmografía. Eso sí que tiene mérito.

Harmonica

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