domingo, 14 de noviembre de 2010

LA MÁQUINA DEL TIEMPO por Harmonica

La ofensa (The offence, 1973) de Sidney Lumet

En 1998 el director de Filadelfia Sidney Lumet estrenaba un remake homónimo (¿acaso hacía falta?) de Gloria, la fabulosa película de John Cassavettes. El resultado fue una mediocre producción que vino a ahondar en el descrédito que poco a poco estaba asumiendo la figura de Lumet en los años noventa,  a causa de películas tan olvidables como Una extraña entre nosotros, En estado crítico o, sobre todo, El abogado del diablo (no obstante,  es de justicia destacar que en esa década realizó dos buenos films como Distrito 34, corrupción total y La noche cae sobre Manhattan).
El varapalo de Gloria dejó tocado a nuestro director y sus detractores se apresuraron a anunciar la definitiva decadencia del veterano realizador. Pero ocho años más tarde, y tras refugiarse en la televisión, Lumet regresó a la Gran Pantalla y lo hizo con Declaradme culpable, un interesantísimo drama judicial protagonizado por Vin Diesel al que pocos prestaron atención. Solo un año después, en 2007, estrenó Antes que el diablo sepa que has muerto, una sobresaliente película, que si bien gozó de cierto reconocimiento crítico, no tuvo buenos resultados en taquilla. Quizás ya no exista un público para el cine de Lumet. Una pena. Ahora tiene 85 años ¿volverá? Yo espero que sí.
Pero retrocedamos en el tiempo, perteneciente a la llamada “Generación de la Televisión” (aquellos realizadores que antes de debutar en el cine a finales de los cincuenta o principios de los sesenta se formaron en la pequeña pantalla), Lumet se estrenó a lo grande con un clásico de la talla de Doce hombres sin piedad, film en el que dejaba entrever cuales serían en líneas generales las constantes de su cine, un cine decididamente crítico con la sociedad y sus instituciones, un cine de base teatral, de diálogos y personajes. Y es que,  para quien esto suscribe, Lumet puede considerarse el maestro del cine-teatro, y La ofensa, uno de sus mejores ejemplos.
No deja de ser importante anotar, que de entre todos los nombres pertenecientes a su generación, muy probablemente fuese Lumet el que mejor se hizo un hueco (quizás con el permiso de John Frankenheimer) entre esa lista de realizadores (“La nueva generación de Hollywood”) que prácticamente se adueñaron de la industria cinematográfica en los años setenta (Ya sabeis, los Scorsese, Spielberg, Friedkin, Lucas, De Palma, Coppola…). Cintas como Serpico, Tarde de perros, Asesinato en el Orient Express, Network o Equus acumularon premios y nominaciones, esto les sirvió a algunos ignorantes para anunciar que estábamos asistiendo al renacimiento artístico de Sidney Lumet, obviando así, la excelente producción que cosechó el director durante la década de los sesenta…pero bueno, eso ya es otra historia.
La ofensa era un film personal y arriesgado que vino a juntar por tercera vez al actor escocés Sean Connery con Lumet (ambos colaborarían hasta en cinco ocasiones), precisamente un año antes, actor y director, coincidieron en Supergolpe en Manhattan, una película inusitadamente comercial pero nada desdeñable. Con La ofensa querían repetir el éxito artístico que consiguieron en su primera película juntos, la excelente La colina…y vaya si lo hicieron. El argumento es simple: La policía británica busca a un asesino y violador de niñas. Cuando encuentran a un sospechoso, este será interrogado de forma brutal por el Sargento de policía Johnson (Connery), un interrogatorio que traerá graves consecuencias.
La ofensa se estructura en una serie de partes o bloques narrativos salpicados con acierto por una coherente consecución de flash-backs. El inicio muestra en cámara lenta y con una especie de foco luminoso sobre la imagen una serie de policías que entran corriendo a una sala de interrogatorios donde tratan de calmar a un sumamente alterado sargento Johnson, más tarde entenderemos que hemos asistido a un flash-forward. En segundo lugar presenciamos la consabida investigación policial con el arresto de un sospechoso de nombre Kenneth Baxter (soberbio Ian Bannen). En tercer lugar, vida privada del sargento, agitada conversación con su mujer (Vivien Merchant), en la que advertimos la insatisfacción de Johnson, a todos los niveles, para con su matrimonio. La siguiente secuencia corresponde a las explicaciones que por su comportamiento debe dar el sargento a un oficial superior, en este caso al teniente Cartwright (Trevor Howard).  Y, por último, la poderosa resolución del film, el final del interrogatorio al sospechoso Baxter en el que el sargento pierde el control.
La película parte de una obra de teatro adaptada con gran habilidad por su propio autor, John Hopkins. Partiendo de este ya de por sí interesante material y conociendo el origen teatral del libreto, Lumet, y esto es lo importante, consigue realizar una obra puramente cinematográfica utilizando con plena sabiduría todos los recursos que el medio le proporciona. La diversidad de planos y la elección en la composición del encuadre se ajusta como un guante a la intensidad dramática que contiene cada escena, cada secuencia. Y en el guión de Hopkins se produce un claro y progresivo recrudecimiento de esa intensidad, Lumet lo sabe y dirige en consecuencia. Vemos diferentes planos, diversos ángulos de cámara, picados, contrapicados, travellings, cámara lenta…
Quizás conozcais dos estimables (y extrañas) películas dirigidas por el húngaro Nicolas Gessner. Me refiero a Alguien detrás de la puerta (1971) con Anthony Perkins y Charles Bronson, y La muchacha del sendero (1976) protagonizada por una jovencísima Jodie Foster. Películas que parten de una base teatral pero que en su traslación al celuloide carecen de una mínima fuerza ¿Qué ocurre? Que Gessner se limita a realizar simplemente una obra de teatro filmada. O quizás hayais visto Mala semilla, un film de 1956 en la que la dirección del prestigioso Mervin Leroy convierte en rutinario lo que pudo ser notable e intenso.
Pero además, La ofensa es una película que muestra y sugiere, que funciona a dos niveles, lo que se ve y lo que se intuye ¿Porqué actúa Johnson con esa ira frente a Baxter? ¿Es posible que Johnson envidie de alguna manera al sospechoso? ¿Es posible que se sienta reflejado en Baxter y no pueda soportar esa realidad? No podemos dejar de hacernos preguntas, de intentar meternos en la mente del sargento Johnson, de porque ese determinado montaje, de porque ese flashback, de porqué ese comportamiento, de porque esa imagen… Connery está sencillamente colosal, tanto es así que no me tiembla la voz al decir conscientemente que estamos ante la mejor interpretación de su larga carrera, en un registro que supuso un paso más hacia la destrucción definitiva de su identificación con el agente 007. Precisamente Connery comentaba la anécdota de que John Houston (supongo que en su encuentro en el rodaje de El hombre que pudo reinar, 1975) le dijo que La ofensa tenía la mejor medía hora final que había visto en su vida. Pueda, o no, resultar algo excesiva esta confesión de Houston, no cabe duda de que la parte final del film alcanza una tensión psicológica y una cota de intensidad ciertamente admirables y subversivos.
Merece, por último, dedicar algunas palabras al trabajo fotográfico del londinense Gerry Fisher, acertando en la elección de unos colores fríos y desaturados, desoladora visión del clima urbano y deprimente textura de interiores, una iluminación que se ajusta con severa corrección a lo que la historia pedía, incidiendo, aún más si cabe, en el carácter perturbador y claustrofóbico de la película. Fisher fue uno de los directores de fotografía predilecto de Joseph Losey en algunas de sus mejores películas (Accidente, El mensajero, Don Giovanni…) y trabajó para Lumet en dos ocasiones más, en La gaviota de 1968 (una de las propuestas más decididamente estéticas del director) y en Un lugar en ninguna parte, un muy recomendable y emotivo melodrama de finales de los ochenta.
Os animo a descubrir esta gran película injustamente olvidada e ignorada, pues se trata de un duro, implacable, desasosegante, incisivo y brutal retrato psicológico de un policía atormentado por sus propios demonios. Se trata, sin más, de una película profunda y sugestiva de un director que, pese a quien le pese, es Historia del Cine.

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