martes, 28 de diciembre de 2010

DIMENSIÓN FANTÁSTICA

Vamos a valorar aquí el género fantástico (tan a menudo denostado por la crítica oficial) en el sentido más amplio del término, vinculando su poderosa metalingüística al cine de terror y ciencia ficción, de toda época y procedencia. La fantasía, en efecto, no conoce límites. Y para inaugurar este espacio, una sugestiva (y reivindicable) obra del director de La noche de los muertos vivientes, que como vereís a continuación, fue rebautizada en España con zafio y falaz ¿virtuosismo?... Espero que os guste (el artículo, claro, y la sección).

 Martin. El regreso de los vampiros vivientes (Martin, 1977) de George A. Romero
La mejor película del irregular “padre de los zombis” George A. Romero. Es Martin… un film singular por cuanto se coloca fuera del ámbito popular del mito, cuestionando sus códigos más tradicionales/habituales. Considerada como una genuina versión del vampiro moderno, habría, no obstante, que valorar tal afirmación únicamente en relación al contexto, a situar el personaje en un marco espacio-temporal contemporáneo. Trasplantar al vampiro a un ambiente urbano moderno ya se había hecho antes, era la punta de lanza sobre la que se sustentaban propuestas, por otro lado tan mediocres, como Count Yorga Vampire (Bob Kelljan, 1970) o Drácula 73 (Alan Gibson, 1972). Claro que en el film de Romero tampoco hay mansiones, tabernas de época, carruajes, y demás orfebrería gótica de siglos pasados; pero es que por no haber, no hay ni ¡vampiro! El alienado adolescente que interpreta John Amplas no es un vampiro, sino que cree serlo, y de 84 años. En puridad genérica, la película es un tortuoso y mortuorio drama. El “vampirismo” queda aquí reducido a una esquizofrenia crónica, a una extraña enfermedad patológica, incomprendida y no contagiosa, cuyos únicos síntomas son el apetito de sangre y la eternidad. El director presenta al personaje protagonista en la secuencia inicial previa a los propios créditos. La película se abre con un plano desde dentro de un tren, enfoca a la puerta de entrada donde los pasajeros suben, entre ellos, un joven al que pronto identificaremos, es Martin. Éste fija su atención en una mujer. Al anochecer, Martin entra en uno de los servicios. De una bolsa extrae una jeringuilla que, cuidadosamente, llena de un líquido transparente, una especie de tranquilizante –el proceso está filmado con minuciosidad, abundan los planos detalle- Parte de un ritual que completará cuando inyecte a la pasajera (seleccionada), se sirva de una cuchilla de afeitar para “acceder” a su ansiado “alimento”, y prepare la “escena” de modo que lo sucedido parezca fingir un suicidio.Finalizado el trayecto el muchacho baja del tren, le espera su tío: “¿Tu eres Martin Matias?, soy Cuda, ven, tenemos que tomar otro tren”, le dice con gesto severo.
Martin es un miembro maldito de una familia rumana que ha viajado hasta Pittsburg para ser acogido bajo la tutela de su tío Tada Cuda (Lincoln Maazel), un carnicero supersticioso, un religioso dogmático, muy sensible al mito. Cree real que su sobrino es un monstruo mítico y le advierte de no tomar a una sola persona de la ciudad. Al entrar en casa (“decorada” con crucifijos…y ristras de ajos) le espeta: ¡Nosferatu! ¡Vampiro! Primero salvaré tu alma, luego te destruiré. El personaje de Cuda se presenta como la paradigmática representación de un entorno asfixiante y opresor. Un callejón sin salida. El principio del fin para el nuevo residente en el suburbio industrial de Braddock. Los delirios enfermizos de Martin -que Romero visualiza remarcando su naturaleza fantástica en contrastado blanco y negro- serán reafirmados por la sociedad que le rodea. Las únicas personas con las que establece una (saludable) relación y que actúan como una suerte de vía de escape, su prima Christina y la señora Santini, terminarán, de un modo u otro, desapareciendo de su vida (siempre alejada de la realidad). Aunque el depresivo y sorprendente final quede canalizado (como representante) en la acción de un solo personaje, fueron en realidad la incomprensión, la ignorancia, la superstición, el conservadurismo y el celo religioso, los que jamás le dieron una oportunidad, los que abocaron a Martin a una inexorable destrucción. George A. Romero no hace ninguna concesión y articula aquí una afilada y contundente crítica (social) que trasciende la pantalla. Enormemente interesante.
Harmónica

CRÍTICAS CINE EN DVD

Green zone: Distrito protegido (The Green Zone, 2010) de Paul Greengrass
Y Bourne se fue a la guerra, así podríamos empezar a hablar del film que nos ocupa, una crítica post-Bush a lo que fue y es la guerra de Irak y la búsqueda de armas de destrucción masiva. Básicamente, Paul Greengrass nos cuenta en clave de thriller político de entramado y tejemaneje gubernamental, la lucha de un soldado estadounidense, Roy Miller (un muy correcto Matt Damon, que parece haber nacido para interpretar papeles de héroe anónimo con cara de madelman), que es enviado a Irak a buscar las tan traídas y llevadas armas de destrucción masiva, que descubre como todo lo que hace con su escuadrón no sirve para nada y, además, que hay poderes e intereses creados mucho mayores de lo que él pueda importar y comprender.
La película transcurre por los derroteros de la espectacularidad (la escena final de la persecución con helicóptero norteamericano no muy bien parado), la “trepidancia” (ese montaje y esa cámara al hombro, que tanto le gustan al señor Greengrass y que a veces termina por levantar dolor de cabeza), la intensidad narrativa (ver los cara a cara entre Damon y el malo de la función Greg Kinnear, aquí en su primer papel de malo en el cine) y todo aderezado por una estética y fotografía que recuerda muy mucho al videojuego Call of Duty: Modern Warfare 1 y 2, cualquiera que lo haya jugado reconocerá las imágenes de guerra, persecuciones espectaculares, movimientos de cámara, inmersión en la acción y violencia de guerra.
Finalmente, destacar que todas las interpretaciones, tanto las protagonistas de Matt Damon, como las secundarias del mandamás de la CIA Brendan Gleeson (el amigo pelirrojo de William Wallace en Braveheart y Ojo Loco Moody de la saga Harry Potter), el malo malísimo del Pentágono Greg Kinnear (el hermano Pegado a Ti de la película de los Farrelli, también con Damon), el soldado de las Fuerzas Especiales Jason Isaacs (actor que reconoceréis como Lucius Malfoy de la saga Harry Potter o el malo de El Patriota) y la periodista conocedora de todo el secreto escondrijo Amy Ryan (nominada al Oscar a la Mejor Actriz Secundaria por Adiós, Pequeña Adiós) rayan a una gran altura, dotando a la película de una gran calidad. Su director realiza un trabajo eficiente y contundente tras las cámaras, aunque a veces se pierda en su afán por mover demasiado la cámara, técnica que ha creado escuela después de sus intervenciones en El Mito de Bourne y El Ultimátum de Bourne, pero que no siempre es adecuado utilizar en demasía porque puede llegar a cansar al espectador. Película muy recomendable, espectacular, entretenidísima, interesante en su planteamiento, con buenas interpretaciones y realización, una buena opción para disfrutar de una película de acción con contenido.
Íñigo

lunes, 27 de diciembre de 2010

ZONA WESTERN por Harmonica

El hombre de las pistolas de oro (Warlock, 1959) de Edward Dmytryk
Gran parte de la obra del director norteamericano Edward Dmytryk (1908-1999) quedó condicionada por su inclusión en las listas negras del senador McCarthy en 1947, convirtiéndose en uno de los “Diez de Hollywood”. Dmytryk debe emigrar a Reino Unido donde rueda tres películas. A su vuelta a EE.UU. cumple seis meses de prisión y termina retractándose de su primera posición ante la comisión el 25 de Abril de 1951 dando una lista de 29 conocidos comunistas que trabajan en el cine, entre ellos, los directores John Berry y Jules Dassin, y su amigo, guionista y productor Adrian Scott. Desde entonces, en la figura del cineasta pesará el estigma y la polémica. Será denostado (y detestado) por gran parte de la profesión (y afición).
Al contrario de lo que manifiestan muchos de los historiadores y críticos cinematográficos, no pienso (particularmente) que tras éste terrible suceso (sin duda, una de las páginas más oscuras de la historia política reciente del país americano) la filmografía del realizador de Encrucijada de odios se perdiera en obras menores o muy menores. De hecho, la segunda película que dirige tras su vuelta a EE.UU. es una producción del independiente Stanley Kramer titulada The sniper (1952), acaso el mejor trabajo de toda su carrera. Aplicación distintiva (o distinguida) a El hombre de las pistolas de oro, obra sólida y título a reivindicar, superior a su primer western, la “shakesperiana” Lanza rota (1954), curiosamente uno de sus títulos más aplaudidos. Dar cuenta, además, de sus dos últimas incursiones en el género, Álvarez Kelly (1966) y Shalako (1968), estas sí, obras menores (o muy menores).
El hombre de las pistolas de oro está basada en la novela de Oakley Hall, Warlock, publicada en 1958 por Viking Press (este mismo año, al fin, ha sido publicada en castellano por la editorial Galaxia Gutenberg). Era la primera del autor referida al Oeste y fue finalista del premio Pulitzer. Hall se inspiró en las figuras de Wyatt Earp y Doc Holliday, así como en la antigua existencia de defensores de la ley, que pese a su corrupción personal, contribuyeron al progreso de la civilización en aquellos territorios.
A priori, la trama de la película está sujeta a las más convencionales coordenadas del género: Warlock es una pequeña y polvorienta ciudad que se dedica a la cría de ganado y que está dominada por una banda de rufianes. Después de numerosos asesinatos, los ciudadanos eligen a Clay Blaisdell (Henry Fonda), como sheriff de la ciudad. Clay es un pistolero profesional que siempre viaja con un matón llamado Tom Morgan (Anthony Quinn). Además, Johnny Gannon (Richard Widmark) que fue hasta hace poco tiempo miembro de la malvada banda, ha sido nombrado sheriff adjunto. Jessie Marlow (Dolores Michaels) se enamorará de Clay que pronto comenzará a hacer limpieza en la ciudad enfrentándose al líder de la banda de pistoleros Abe McQuown (Tom Drake). Pero tras ésta aparente sencillez argumental, Dymitrik soterra una velada crítica a la citada “caza de brujas” de la que, como he apuntado, el mismo fue víctima. Hay, pues, que inferir en el trasfondo, detrás de lo obvio, para descubrir un film que escarba mucho más hondo que la mayoría de películas de este género. El guión de Robert Alan Arthur está lleno de connotaciones sutiles. Los personajes son voluntariamente ambiguos, condición ésta última, extensible al ámbito dicotómico, eminentemente moralista, entre el bien y el mal. Clay Blaisdell es un hombre de raza, autoritario, individualista y heroico, pero su turbulento pasado le impone una continua y lacerante reflexión que le llena de remordimientos por una vida desperdiciada. Blaysdell sabe que sus días están contados, que la inevitabilidad de la ley establecida acabará por arrinconarle y así, en un final insólitamente coherente, desprovisto de todo arraigo, renunciará al uso de sus flamantes pistolas de oro. Simplemente se marchará, porque, aunque la cercanía de una sociedad estructuralmente civilizada imponga el inexorable ocaso de los viejos pistoleros, siempre encontrará algún pueblo de temerosos habitantes que requieran de su régimen corrupto, de su falsa legalidad.
Johny Gannon terminará representando la verdadera ley cuando, desencantado con la banda liderada por McQuown, decida abandonarla, quedarse en Warlock y ser nombrado sheriff adjunto, un puesto paralelo al de Fonda/Clay. Por su parte, Tom Morgan (gran Anthony Quinn), uno de los personajes más interesantes, amigo y socio, fiel e inseparable, de Blaysdell, se volverá (radicalmente) conflictivo cuando se sienta “suplantado” sentimentalmente/¿sexualmente? por Jessie (enamorada de Clay) y profesionalmente/amistosamente por Ganonn.
Rodada Parcialmente en Utah, se utilizaron pocos de sus grandiosos paisajes y se prefirió centrar la acción dentro los confines del pequeño pueblo. Dmytryk dota a cada secuencia de una notable turgencia dramática, de un elevado sentido trágico, y acierta, particularmente, en el uso del formato panorámico.
El hombre de las pistolas de oro es, en definitiva, una película “adulta”, un film apasionante, un impresionante western psicológico. Imprescindible. Por cierto, el director Sergio Leone la incluyó entre sus tres películas del Oeste favoritas, las otras dos restantes eran Pasión de los fuertes (John Ford, 1946) y Winchester 73 (Anthony Mann, 1950). Queda dicho.

lunes, 20 de diciembre de 2010

CRÍTICAS CINE EN DVD

Prince of Persia: Las arenas del tiempo (Prince of Persia: The sands of time, 2010) de Mike Newell

Jerry Bruckheimer no para. A la espera del estreno de la cuarta parte de los famosos piratas del Caribe, éste año que termina ha apostado por dos películas, y como no puede ser de otra forma en el, ambas han sido superproducciones espectaculares y ninguna de ellas inspirada en una idea original. Este verano llegó El aprendiz de brujo, con Nicholas Cage, que se basa en uno de los momentos más recordados de Fantasía. Pero antes, Jake Gyllehaal encabezó el cartel de "Prince of Persia: Las arenas del tiempo", que ha dirigido Mike Newell (Harry Potter y El Cáliz de Fuego). Más de 150 millones de dólares de presupuesto, rodaje internacional y reparto de lujo para una adaptación de una colección de populares videojuegos que debutó hace 20 años.

El blockbuster que nos ocupa a continuación está basado nimiamente en la idea original de un videojuego mítico creado por Jordan Mechner en 1989. La película nos relata como Dastan, un intrépido granuja, se convierte por la gracia de un rey en príncipe de Persia. Tras unos años, el rey le brinda una muy alta estima al bueno de Dastan, y le educa en la compresión, el valor y la honradez, para no entrar en guerra con el primero que aparezca, pero todo se tuerce cuando su padrastro rey muere asesinado frente a todo el pueblo y el es culpado de su asesinato, lo que lleva a una encrucijada y mil aventuras, con tal de demostrar su inocencia y dejar claro que todo fue un ardid de su tío Nizam para hacerse con la daga que es capaz de desatar las arenas del tiempo y controlar el tiempo a su voluntad.

La película es una sucesión de escenas de acción espectaculares como en todas las producciones del señor Bruckheimer, con una factura impecable, un diseño de producción sobrecogedor, unos paisajes bellísimos y cada una de las set-pieces que se van sucediendo como una tormenta de arena, a cada cual más trepidante. Jake Gyllenhaal convence en su papel de este "aladin" mazado, saltimbanqui y con melenita, pero en algunos momentos adolece de falta de garra y carisma, cosa que le puede lastrar para próximas secuelas, la bellísima Gemma Arterton es todo un acierto como contrapunto humorístico y femenino a la trama que tan bien se implementa en el guión, como siempre magnífico Sir Ben Kingsley en su rol de malo malísimo, aunque tal vez esté un poco desaprovechado y se le hubiese podido sacar algo más de jugo a su personaje, Alfred Molina como un truhan de poca monta que odia los impuestos y nos brinda los mejores momentos cómicos de la cinta. En general, un espectáculo mayúsculo, para todos los públicos, al que no hay que pedir más de lo que es, un taquillazo para las masas ávidas de acción, aventura y chicos y chicas cañón para alegrarse la vista. Película muy recomendable como divertimento y para pasar un buen rato con una aventura que mezcla la momia, aladin de disney, el videojuego original y toda la maestría de Jerry Bruckheimer para darnos un film sobresaliente en su factura y endeble en su guión. Una nueva franquicia nos espera.
Íñigo

jueves, 16 de diciembre de 2010

CRÍTICAS CINE EN DVD

Nine (2009) de Rob Marshall

¡Pobre Guido Contini¡ ¡Pobre Guido Contini¡, pensaba al final de la proyección, ese personaje falto de inspiración y aunque él no lo sepa, de carisma e iniciativa propia, como bien le indica su diseñadora de vestuario “ser director de cine está sobrevalorado”. Más allá de su falta de autoestima y comprensión de lo que le ocurre y sumido en la vorágine de la creación de un film, Guido persigue la inspiración a través de las mujeres de su vida, todas y cada una de ellas, que le llevaron a conocer y vivir diferentes aspectos de la evolución de un hombre, aspectos que intentará plasmar en su película, gracias a la ayuda de sus musas.

El relato es frío y a veces forzado, lo que nos lleva en momentos a desconectar de la historia. Rob Marshall, al igual que ocurriera en todos y cada uno de los números musicales de la mucho más entretenida y espectacular Chicago, nunca consigue romper la cuarta pared y hacernos partícipes de su espectáculo, sino que observamos de lejos la sucesión de números musicales como si de un teatro de vodevil se tratara, el mundo de Nine se nos hace lejano e inhóspito.

Los números musicales de Nine varían su impacto e intensidad dependiendo de la actriz que los interprete, así los temas “Be Italian”, interpretado por Fergie, carnal y exhuberante (cantante de los Black Eyes Peas, aquí en su primer rol de peso en un film); “My Husband Makes Movies” y sobretodo “Take It All”, cantado y soberbiamente interpretado por la bellísima y talentosa francesa Marion Cotillard, el número “A Call From the Vatican” el más sexual y salvaje interpretado de una manera encomiable e increíblemente sexy por nuestra Penélope Cruz, y la actuación más movida y sorprendentemente bien interpretada por Kate Hudson, de la cual pocos daban un duro por ella como cantante. Los demás números interpretados por un muy comedido y necesitado de clases de canto y baile Daniel Day-Lewis, una plastificada e inexpresiva Nicole Kidman, y las dos actrices capaces de hacer cualquier cosa que se les pida y hacerlo de manera soberbia, la magnífica Judi Dench y la eterna Sofia Loren.

Por fin, como conclusión, los amantes del musical disfrutarán de una gran puesta en escena y de un exquisito diseño de escenas musicales, con algunos momentos memorables, los menos, y algún que otro momento de sopor, los más, pero nos sumergiremos en esa mente tan compleja del autor y su creación y en algún momento pensaremos ¡Pobre Guido Contini¡¡Pobre Guido Contini¡.
Íñigo