lunes, 29 de noviembre de 2010

LA MÁQUINA DEL TIEMPO por Harmonica

Orgullo de estirpe (The horsemen, 1971) de John Frankenheimer
Muy probablemente los nuevos espectadores le conozcan por Ronin (1998), aquel impactante “thriller de carretera” protagonizado por Robert de Niro que devino en unánime aplauso y volvió a relanzar su carrera en la Gran Pantalla. Lo cierto es que, admitiendo la irregularidad de esa carrera, John Frankenheimer (1930-2002) ha sido injustamente ignorado por amplios sectores de la crítica, aun siendo, como lo fue, uno de los directores más importantes de su generación. Comenzó en el medio televisivo donde, entre otras cosas, trabajó como asistente de Sidney Lumet (su “introductor” en el cine, según palabras del propio realizador).
Cinematografista técnicamente extraordinario, brillante narrador, virtuoso de la cámara. Tan solo le bastaron dos películas para ser prontamente bautizado como maestro del thriller político. En efecto, resulta inevitable mencionar la popularísima El mensajero del miedo (1962), así como la menos conocida, pero no por ello inferior Siete días de Mayo (1964). Empero, más allá de etiquetas y/o consideraciones puntuales, el cine setentero de Frankenheimer, e incluso de finales de los sesenta, no ha sido lo suficientemente valorado habida cuenta del gran momento creativo que revela la obra del director en la nueva década. La serenidad y madurez con la que afrontó esta etapa cristalizó en obras tan admirables como Los temerarios del aire (1969) o sobre todo, Yo vigilo el camino (1970); tras ésta última, para muchos su obra maestra, el autor de El hombre de Alcatraz realizó una de sus películas más brillantes, un proyecto anómalo para la industria de Hollywood, film arriesgado y personal; Orgullo de estirpe.
El origen de Orgullo de estirpe se halla en el profundo impacto que le produjo al director neoyorquino la celebración del buzkhasi (1) durante una visita a Afganistán. Tanto fue así, que una vez conocida la existencia de la novela “The Horsemen” escrita por Joseph Kessel, Frankenheimer aunó todos sus esfuerzos hasta conseguir los derechos de adaptación y el respaldo de la Columbia.
Uraz (Omar Sharif), el hijo del jinete más importante de Afganistán, recibe de su padre Tursen (Jack Palance) un extraordinario ejemplar de caballo con la promesa de adquirirlo en propiedad. Pero para ello Uraz deberá vencer en el torneo de uno de los deportes más duros del mundo: el buzhashi, una competición donde los participantes no sólo se enfrentan a la dureza de sus pruebas, sino que conviven bajo un código de honor y una forma de vida, y donde el triunfo significa algo más que un premio: demostrar la pureza de su estirpe.
Film de marcado carácter existencialista y contundente visión antropológica. Esto es, un homenaje al pueblo afgano que va mucho más allá de mostrar sus tradiciones y costumbres, relatando un viaje intenso y apasionado de unos individuos que se mueven en el marco conceptual de una cultura que caracteriza sus acciones. Frankenheimer reflexiona sobre las imposiciones generacionales, de heredación, vinculada a la figura patriarcal, la religión, el deseo y el poder. Una película mucho más compleja y profunda de lo que se le supone, que corre el riesgo de ser despreciada y resultar hasta cierto punto intrascendente para ese público aferrado al acomodo del visionado superficial.Orgullo de estirpe está estructurada en torno a una gran secuencia: el buzkhasi. La plasmación visual de esta celebración afgana acontece espectacular. Rodada, al parecer, con seis cámaras simultaneas, es un muy loable ejemplo de suprema planificación. Desafío técnico y creativo. El resultado dramático es inmejorable.
El rodaje comenzó en escenarios naturales de Afganistán, concretamente en Kandahar. Fue particularmente duro. Las penalidades infligidas por el intransitable desierto desembocaron en una oleada de enfermedades que hizo presa a gran parte del equipo. Una vez conseguidas las imágenes necesarias se trasladaron hasta nuestro país donde tuvo lugar el grueso de la filmación entre los alrededores de Madrid, la localidad granadina de Guadix y la provincia de Almería. A colación, apuntar dos nombres españoles en la producción, el madrileño José López Rodero como primer ayudante de dirección y el oscarizado Gil Parrondo, natural de Asturias, en el apartado de dirección artística que compartía junto al francés Pierre Thévènet.
La película está magníficamente protagonizada por el actor egipcio Omar Shariff, que interpreta con sumo acierto una personalidad compleja, turbia, atormentada y con un gran sentido del honor. Shariff está secundado por Jack Palance, extraordinariamente contenido (para lo que suele ser habitual), que por entonces andaba perdido entre producciones europeas de diversa índole. El único pero es Leigh Taylor-Young que da vida a Zereh y se muestra incapaz de otorgar credibilidad a su personaje. A ésta joven y bella actriz de 23 años se la quiso lanzar como símbolo erótico pero su posterior carrera terminaría basculando entre films de muy escaso interés (2) y productos para la televisión.
Destacar aspectos técnicos tan sobresalientes como la fotografía de Claude Renoir, el montaje de Harold F. Kress y la banda sonora de Georges Delerue, compositor predilecto de Truffaut, que vuelve a hacer gala de un estilo propio e identificable asentado en la capacidad lírica y emocional de sus composiciones.
Todavía hoy sigue siendo un misterio que les llevó a los ejecutivos de la Columbia a dar luz verde a este proyecto frankenheimeriano de tan, a priori, escasa proyección comercial:
En primer lugar la acción se desarrolla en Afganistán, remota localización, un país y una cultura poco “cercana” para el público occidental.
En segundo lugar, está escrita por el estupendo Dalton Trumbo, antiguo blacklisted, cuyo estigma ideológico avenido por la deleznable inquisición McCarthista, aún parecía pesar más que el propio curriculum profesional (Espartaco, Los valientes andan solos, El último atardecer…). Además, su guión (maravilloso ¡Qué diálogos!) rompía con los rígidos cánones impuestos por el estandarizado sistema productivo de los estudios.Y en tercer lugar, el reparto no constituía un contrastado reclamo para el espectador, Shariff y Palance eran actores populares, pero en absoluto grandes estrellas.
De todo esto tomaron buena nota cuando hubieron de enfrentarse al producto final. Optaron por, literalmente, “quitársela de en medio”. Sin ninguna confianza en el resultado, la inversión en el lanzamiento fue menos que anecdótica y Orgullo de estirpe se estrenó casi de tapadillo. El fracaso en taquilla fue tan contundente como previsible. Así las cosas, la posición industrial de John Frankenheimer quedó seriamente dañada. Era el cuarto varapalo –comercial- consecutivo que sufría el director, a las citadas Los temerarios del aire y Yo vigilo el camino había que sumarle la anterior El hombre de Kiev (1968). La situación se empeoró aún más cuando ya comprometido para iniciar la preproducción de Chacal (1973), el productor de la misma, John Woolf, se opuso con vehemencia a la contratación del director, siendo finalmente sustituido por el veterano Fred Zinemann (que dicho sea de paso, hizo un gran trabajo). Era la prueba fehaciente de que Hollywood ya no quería saber nada de él. Frankenheimer exilió a Europa (3) justo después de haber realizado algunas de sus mejores películas.

martes, 23 de noviembre de 2010

CRÍTICAS CINE DE ESTRENO

Imparable (Unstoppable) de Tony Scott

1 millón de toneladas de acero, 100.000 vidas en peligro, 100 minutos para el impacto. Tan elocuente frase publicitaria no sirve más que para generar la lógica (y exigible) expectativa, aquella en la que el espectador admite la singularidad de la propuesta y se lanza encantado en busca de un vacuo espectáculo de suspense electrizante. Nada más lejos de la realidad. Los responsables del film se han declarado en huelga y el (supuestamente) irreductible tren no cubre ni los servicios mínimos. Pura indiferencia.
Lo cierto es que no resulta incoherente la aparición de un producto tan pobre como Imparable cuando lo más aplaudido en la filmografía reciente de su director es una memez titulada El fuego de la venganza, remedo hiperbólico del antaño “justiciero urbano” encarnado por el Charles Bronson de turno convertido por obra y gracia del realizador británico en un irritante y eterno videoclip de ¡146 minutos! Ahí es nada. Ahora bien, se debe expresar un sincero agradecimiento al hermano de Ridley Scott, en serio. Su empeño en materializar ese inane e innecesario remake - Asalto al tren Pelham 1, 2, 3. - permitió que el foco de atención se desplazara por un momento a la película de 1974, su descubrimiento mereció el entusiasmo, y por mero análisis comparativo ésta última salió infinitamente reforzada. Se hubiera preferido el reestreno de la original, es cierto, pero probablemente las leyes del mercado hubieran desaconsejado tal osadía, el público (objetivo) no estaría capacitado para valorar la precisión milimétrica del guión de Peter Stone ni la apabullante puesta en escena de un sorprendente Joseph Sargent. Estimaron que lo mejor era crear una nueva versión (más de lo mismo) y encargar su realización al señor Tony Scott, adlátere de esa nueva especie endogámica caracterizada, entre otras cosas, por la desidia literaria, el paroxismo visual y la apología del efectismo.

Pero está bien, vale, vuelvo ahora sobre esta última nadería cinematográfica que nos propone el director de Top Gun (la que faltaba…). Imparable está basada en hechos reales. Muy a pesar de que el material tenía posibilidades, Scott prefiere obviar el tratado humanista y centrarse en la historia (o más bien anécdota) de un tren de mercancías descontrolado que hay que parar a toda costa. Un diez en originalidad. Mark Bomback, guionista de (ejem…) El enviado (2004) o La lista (2008), no escatima en tópicos, la convencionalidad es exasperante. Por supuesto que Imparable está más cerca del Speed de Jan de Bont o de los títulos menos ilustres y simplistas del cine de catástrofes de los setenta que de la estimable cinta de Andrei Konchalovsky El tren del infierno.

Hablar de personajes es tarea difícil, no solo es que sean de una sola pieza, planos, unidimensionales; es que son prácticamente inexistentes. Están escritos con tan grueso trazo que rozan el ridículo, la caricatura. El calzador se aplica para mostrar los problemas personales de los protagonistas, en verdad a nadie le importan, pero asumen su función: rellenar metraje. Delirante. Denzel Washington interpreta a un veterano ingeniero de trenes, en ésta, su quinta colaboración con el director y, posiblemente, nunca recibió tanto (dinero) por tan poco (trabajo). Solo lamentar el desperdicio de talento.

A falta de intensidad, novedad, estilo, profundidad dramática, construcción de personajes y un luengo etc. Scott se limita a hacer lo de siempre, esto es, dar rienda suelta a sus pretensiones video-artísticas con un recital de espasmódicos movimientos de cámara, excesivo uso del travelling, cámaras lentas, gratuitos zooms…Siempre he pensado que este tipo confunde ritmo con velocidad. Si se supone que la inevitable transformación estética del género de acción pasa por el autor de Domino, ¡yo me bajo en marcha!
No os perdáis el despliegue de medios: vagones descarrilados, helicópteros por doquier, multitudes asustadas, localizaciones diversas… oye, que para eso es un producto (manufacturado) de Hollywood con casi cien millones de dólares de presupuesto. Desvirtuemos aquí el dicho: a veces MÁS es MENOS.

Podría, por último, destacar la honestidad de la película, pero ese es el gran problema de Imparable: hasta como puro y llano entretenimiento resulta discutible. Lo único verdaderamente “imparable” es la autodestrucción de sus imágenes en la mente del espectador. Tony Scott ha hecho lo más difícil, situar su último trabajo entre lo peor de su ya por sí floja filmografía. Eso sí que tiene mérito.

Harmonica

lunes, 22 de noviembre de 2010

CRÍTICAS CINE EN DVD

Iron Man 2 (2010) de Jon Favreu

Yo soy Iron man, así acaba la primera y empieza la segunda parte del vengador de hojalata carmesí. Dejando claro quien es el protagonista de la función, que no es otro que el omnipresente Iron man. Después de conocer que Tony Stak es Iron man y viceversa, la vida del multimillonario playboy se ha estabilizado y goza de un suculento poder en el establishment gubernamental, fomentando la paz a través de su alter ego, pero nada más lejos de la realidad, pués esta vez le tocará luchar contra los fantamas de su pasado, con la aparición de Ivan Vanko, un exconvicto ruso con muy malas pulgas y dos látigos que le harán temblar al bueno de Tony. Para luchar contra él contará con la inestimable ayuda de su fiel secretaria Pepper Potts, la Viuda Negra y Máquina de Guerra en una de las apariciones más esperadas de esta saga. Aunque Vanko no estará solo y contará con la ayuda de otro magnate del mercado armamentístico Justin Hummer, que está intentando crear una armadura como la de Iron man y que le prestará al vengativo ruso todo su poder para vencer a Stark y a Iron man.

El director vuelve a ser el sosías de Jon Favreau, que sí dirige con firmeza como en la primera parte, pero se adolece de un mayor sentido del espectáculo ya que esto es puto heavy metal y a veces se atranca en el pop más cursi. El reparto es inmejorable mires por donde lo mires Robert Downey Jr. está brillante una vez más interpretando al protagonista y se ve que disfruta haciendo de caradura y sus registros aumentan a cada minuto del film, Mickey Rourke (realmente trofollísimo y con una pinta de macarra que asusta) vuelve a deleitarnos con una interpretación muy en la línea del El luchador, que le valió una nominación al Oscar, Gwyneth Paltrow y Sacarlett Johansson, dan el contrapunto femenino de la historia, la primera en un rol sencillo y comedido, y la segunda en un papel explosivo y exhuberante que deja relucir las espectaculares curvas de la Johansson para deleite de la platea masculina aunque de actuación anda un poco cortita, Don Cheadle, disfruta como un enano dentro de su espectacular traje de Maquina de Guerra, Sam Rockwell, se lo pasa pipa interpretando al fanfarron de Hummer un personaje que de puro patético te cae simpático y la aparición estelar de Samuel L Jackson como Nick Fury, el líder de SHIELD.

La película es puro espectáculo visual, todos los trajes de Iron Man y Maquina de Guerra, la aparición de Rourke con sus látigos en el circuito de Mónaco, y el clímax final realmente explosivo y trepidante. Pero la película adolece de una falta de ritmo sobre el segundo tercio del metraje y se enfanga en terrenos que a los fans les encantarán, como esa referencia al alcoholismo de Tony Stark, pero que los menos avezados en Marvelismos, encontraran fuera de tono. Aunque todo se arregla cuando el bueno de tony deja a un lado los gin tonics se calza el traje de acero y empieza la fiesta heavy metal de acción pura y dura y todo empieza a volar por los aires. Una muy recomendable adaptación de este superheroe de Marvel que precede la oleada de títulos de personajes de la factoría de la ideas, con la llegada inminente de Thor y El Capitan América, hasta que todo termine en la adaptación de Los Vengadores, reuniendolos a todos en el verano de 2012.
Íñigo

domingo, 21 de noviembre de 2010

CRÍTICAS CINE DE ESTRENO

Harry Potter y las Reliquias de la Muerte: Parte I (Harry Potter and the Deathly Hallows: Part I) de David Yates

Comienza el principio del fin, así se podría resumir groso modo este séptimo capitulo de la multimillonaria saga del joven mago de las gafitas redondas. Este preludio a la gran batalla viene precedido de una increíble expectación por lo que supone el final de un fenómeno literario y hasta diría cinematográfico de este nivel, y el estudio Warner Bros se lo ha currado de lo lindo con un plan de rodaje de 260 días para rodar de forma consecutiva las dos partes que forman esta Reliquias de la Muerte lo que la convierten en la filmación ininterrumpida mas larga de la historia del cine.

Volviendo al film que nos ocupa, la película empieza inmediatamente después del termino de Harry Potter y el Príncipe Mestizo, con toda la revolución orquestada por el malvado Voldemort, Ralph Fiennes pasándoselo en grande como el villano de la función, en su mas alto apogeo y nuestros jóvenes protagonistas, Harry, Ron y Hermione, interpretados por Daniel Radcliffe, Rupert Grint y Emma Watson respectivamente, en su mejor interpretación de la saga, con las tablas que se les presupone después de 12 años estudiando en Hogwarts, listos para emprender la aventura en busca de los diabólicos Horrucruxes, que cambiara sus vidas para siempre. Volverán a encontrarse con amigos que hace tiempo que no veían como el elfo Dobby, protagonista de la mejor escena de la película, y con antiguos enemigos como la desquiciada bruja Bellatrix Lestrange interpretada de modo sobresaliente por una, muy en su salsa, Helena Bonham Carter. Todos los demás personajes siguen siendo interpretados de manera magistral por la terna de actores británicos que han acompañado al joven mago por todas las entregas anteriores.

El film es el mas oscuro tenebroso y adulto de toda la saga, dirigido todo con mucha sobriedad y sin demasiados alardes por David Yates, en su tercera aportación a las películas de Harry Potter, el diseño de producción, vestuario, efectos especiales y maquillaje rayan a un nivel soberbio, cosa que se le presupone a una película con tan alto presupuesto. Decir que el film es un entretenimiento de primer orden, que gustara tanto a los fans que vayan disfrazados a verla como a la gente que solo quiere pasar el rato con una gran superproducción, aunque en determinados momentos el film adolece de una falta de ritmo que se ve sufragada con un gran guión que nos deja momentos de humor muy conseguidos y la épica necesaria en esta parte de la historia. Harry Potter y Las Reliquias de la Muerte (Parte 1) es un mero preludio para la gran batalla final entre las fuerzas del bien y el mal, y da la impresión que en esta parte se han guardado lo mejor para la siguiente dejándonos con los dientes largos, esperando hasta el mes de Julio donde veremos el espectacular y muy épico final de la contienda entre Harry Potter y Voldemort. Esto promete.
                                                                                                                                                        Íñigo

domingo, 14 de noviembre de 2010

LA MÁQUINA DEL TIEMPO por Harmonica

La ofensa (The offence, 1973) de Sidney Lumet

En 1998 el director de Filadelfia Sidney Lumet estrenaba un remake homónimo (¿acaso hacía falta?) de Gloria, la fabulosa película de John Cassavettes. El resultado fue una mediocre producción que vino a ahondar en el descrédito que poco a poco estaba asumiendo la figura de Lumet en los años noventa,  a causa de películas tan olvidables como Una extraña entre nosotros, En estado crítico o, sobre todo, El abogado del diablo (no obstante,  es de justicia destacar que en esa década realizó dos buenos films como Distrito 34, corrupción total y La noche cae sobre Manhattan).
El varapalo de Gloria dejó tocado a nuestro director y sus detractores se apresuraron a anunciar la definitiva decadencia del veterano realizador. Pero ocho años más tarde, y tras refugiarse en la televisión, Lumet regresó a la Gran Pantalla y lo hizo con Declaradme culpable, un interesantísimo drama judicial protagonizado por Vin Diesel al que pocos prestaron atención. Solo un año después, en 2007, estrenó Antes que el diablo sepa que has muerto, una sobresaliente película, que si bien gozó de cierto reconocimiento crítico, no tuvo buenos resultados en taquilla. Quizás ya no exista un público para el cine de Lumet. Una pena. Ahora tiene 85 años ¿volverá? Yo espero que sí.
Pero retrocedamos en el tiempo, perteneciente a la llamada “Generación de la Televisión” (aquellos realizadores que antes de debutar en el cine a finales de los cincuenta o principios de los sesenta se formaron en la pequeña pantalla), Lumet se estrenó a lo grande con un clásico de la talla de Doce hombres sin piedad, film en el que dejaba entrever cuales serían en líneas generales las constantes de su cine, un cine decididamente crítico con la sociedad y sus instituciones, un cine de base teatral, de diálogos y personajes. Y es que,  para quien esto suscribe, Lumet puede considerarse el maestro del cine-teatro, y La ofensa, uno de sus mejores ejemplos.
No deja de ser importante anotar, que de entre todos los nombres pertenecientes a su generación, muy probablemente fuese Lumet el que mejor se hizo un hueco (quizás con el permiso de John Frankenheimer) entre esa lista de realizadores (“La nueva generación de Hollywood”) que prácticamente se adueñaron de la industria cinematográfica en los años setenta (Ya sabeis, los Scorsese, Spielberg, Friedkin, Lucas, De Palma, Coppola…). Cintas como Serpico, Tarde de perros, Asesinato en el Orient Express, Network o Equus acumularon premios y nominaciones, esto les sirvió a algunos ignorantes para anunciar que estábamos asistiendo al renacimiento artístico de Sidney Lumet, obviando así, la excelente producción que cosechó el director durante la década de los sesenta…pero bueno, eso ya es otra historia.
La ofensa era un film personal y arriesgado que vino a juntar por tercera vez al actor escocés Sean Connery con Lumet (ambos colaborarían hasta en cinco ocasiones), precisamente un año antes, actor y director, coincidieron en Supergolpe en Manhattan, una película inusitadamente comercial pero nada desdeñable. Con La ofensa querían repetir el éxito artístico que consiguieron en su primera película juntos, la excelente La colina…y vaya si lo hicieron. El argumento es simple: La policía británica busca a un asesino y violador de niñas. Cuando encuentran a un sospechoso, este será interrogado de forma brutal por el Sargento de policía Johnson (Connery), un interrogatorio que traerá graves consecuencias.
La ofensa se estructura en una serie de partes o bloques narrativos salpicados con acierto por una coherente consecución de flash-backs. El inicio muestra en cámara lenta y con una especie de foco luminoso sobre la imagen una serie de policías que entran corriendo a una sala de interrogatorios donde tratan de calmar a un sumamente alterado sargento Johnson, más tarde entenderemos que hemos asistido a un flash-forward. En segundo lugar presenciamos la consabida investigación policial con el arresto de un sospechoso de nombre Kenneth Baxter (soberbio Ian Bannen). En tercer lugar, vida privada del sargento, agitada conversación con su mujer (Vivien Merchant), en la que advertimos la insatisfacción de Johnson, a todos los niveles, para con su matrimonio. La siguiente secuencia corresponde a las explicaciones que por su comportamiento debe dar el sargento a un oficial superior, en este caso al teniente Cartwright (Trevor Howard).  Y, por último, la poderosa resolución del film, el final del interrogatorio al sospechoso Baxter en el que el sargento pierde el control.
La película parte de una obra de teatro adaptada con gran habilidad por su propio autor, John Hopkins. Partiendo de este ya de por sí interesante material y conociendo el origen teatral del libreto, Lumet, y esto es lo importante, consigue realizar una obra puramente cinematográfica utilizando con plena sabiduría todos los recursos que el medio le proporciona. La diversidad de planos y la elección en la composición del encuadre se ajusta como un guante a la intensidad dramática que contiene cada escena, cada secuencia. Y en el guión de Hopkins se produce un claro y progresivo recrudecimiento de esa intensidad, Lumet lo sabe y dirige en consecuencia. Vemos diferentes planos, diversos ángulos de cámara, picados, contrapicados, travellings, cámara lenta…
Quizás conozcais dos estimables (y extrañas) películas dirigidas por el húngaro Nicolas Gessner. Me refiero a Alguien detrás de la puerta (1971) con Anthony Perkins y Charles Bronson, y La muchacha del sendero (1976) protagonizada por una jovencísima Jodie Foster. Películas que parten de una base teatral pero que en su traslación al celuloide carecen de una mínima fuerza ¿Qué ocurre? Que Gessner se limita a realizar simplemente una obra de teatro filmada. O quizás hayais visto Mala semilla, un film de 1956 en la que la dirección del prestigioso Mervin Leroy convierte en rutinario lo que pudo ser notable e intenso.
Pero además, La ofensa es una película que muestra y sugiere, que funciona a dos niveles, lo que se ve y lo que se intuye ¿Porqué actúa Johnson con esa ira frente a Baxter? ¿Es posible que Johnson envidie de alguna manera al sospechoso? ¿Es posible que se sienta reflejado en Baxter y no pueda soportar esa realidad? No podemos dejar de hacernos preguntas, de intentar meternos en la mente del sargento Johnson, de porque ese determinado montaje, de porque ese flashback, de porqué ese comportamiento, de porque esa imagen… Connery está sencillamente colosal, tanto es así que no me tiembla la voz al decir conscientemente que estamos ante la mejor interpretación de su larga carrera, en un registro que supuso un paso más hacia la destrucción definitiva de su identificación con el agente 007. Precisamente Connery comentaba la anécdota de que John Houston (supongo que en su encuentro en el rodaje de El hombre que pudo reinar, 1975) le dijo que La ofensa tenía la mejor medía hora final que había visto en su vida. Pueda, o no, resultar algo excesiva esta confesión de Houston, no cabe duda de que la parte final del film alcanza una tensión psicológica y una cota de intensidad ciertamente admirables y subversivos.
Merece, por último, dedicar algunas palabras al trabajo fotográfico del londinense Gerry Fisher, acertando en la elección de unos colores fríos y desaturados, desoladora visión del clima urbano y deprimente textura de interiores, una iluminación que se ajusta con severa corrección a lo que la historia pedía, incidiendo, aún más si cabe, en el carácter perturbador y claustrofóbico de la película. Fisher fue uno de los directores de fotografía predilecto de Joseph Losey en algunas de sus mejores películas (Accidente, El mensajero, Don Giovanni…) y trabajó para Lumet en dos ocasiones más, en La gaviota de 1968 (una de las propuestas más decididamente estéticas del director) y en Un lugar en ninguna parte, un muy recomendable y emotivo melodrama de finales de los ochenta.
Os animo a descubrir esta gran película injustamente olvidada e ignorada, pues se trata de un duro, implacable, desasosegante, incisivo y brutal retrato psicológico de un policía atormentado por sus propios demonios. Se trata, sin más, de una película profunda y sugestiva de un director que, pese a quien le pese, es Historia del Cine.

jueves, 11 de noviembre de 2010

CRÍTICAS CINE EN DVD

Shutter Island (2010) de Martin Scorsese

Hablar de Shutter Island es bastante complicado, sin destripar algo de su apasionante metraje, sus giros inesperados y sus mil detalles a tener en cuenta, por eso, para poder contar algo de la película empezaremos diciendo que esta es la cuarta de Leo DiCaprio con el maestro Martin Scorsese tras la excesivamente larga y falta de ritmo Gangs of New York (2002), el soporífero ejercicio de clasicismo de El Aviador (2004) y la muy recomendable y escarizada Infiltrados (2006).

Acompañan a Leo en el reparto el sosaina de Mark Ruffalo, la ex-esposa de Heath Ledger, Michelle Williams, el siempre excelente Sir Ben Kingsley y el inolvidable Max Von Sydow. Está basada en una novela de 2003 del autor David Lehane firmante de la magnífica Mystic River, dirigida por otro maestro como es Clint Eastwood.

Bien, la historia transcurre en los años 50, y cuenta la historia de dos policías jurídicos, Teddy Daniels (Leo) y Chuck Aule (Ruffalo) que investigan la desaparición de una paciente en un manicomio alejado de la mano de Dios, en una isla con muy mala pinta. Pero, a medida, que la historia va avanzando se hace evidente que Teddy tiene otros intereses en la isla y busca venganza por algo desconocido y entonces llega el giro inesperado y hasta aquí puedo leer como diría Luis Roderas en el Un, Dos, Tres…

Tras ver la película he de decir que es una de las mejores del tandem formado por DiCaprio y Scorsese, debido a una excelente interpretación de su protagonista, pasando por muchos registros como el tipo duro, el drama más desgarrador y la locura más impensable. Por la excelente dirección de Marty, con escenas soberbias, como todos esos sueños paranoicos e incomprensibles, que toman su sentido al final, y algún que otro plano marca de la casa como el plano secuencia del campo de concentración o el uso de los claro-oscuros para dar sensación de terror y miedo. La desasosegante, perturbadora y terrorífica ambientación del manicomio donde transcurre la acción y una espectacular música que tiene en tensión, sin que aparentemente ocurra nada en pantalla.

Por todo ello y por unas interpretaciones de dos pesos pesados como Ben Kingsley y Max Von Sydow, todo toma forma de una escalofriante locura, en la que es difícil discernir entre realidad y ficción, locura y cordura, sueño y mundo real, hasta llegar a un desenlace que no deja indiferente a nadie y que nos deja una de las frases más célebres del momento: “Prefiero morir como un hombre bueno a vivir como un monstruo”. Impagable
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Íñigo

TV MOVIES por Harmonica

El diablo sobre ruedas (Duel, 1971) de Steven Spielberg

El diablo sobre ruedas cambiaría por completo la carrera de Steven Spielberg. Cuando le ofrecieron dirigir este telefilm llevaba dos años trabajando en TV para la Universal, donde había realizado episodios para diferentes series: Night Gallery, The psychiatrist, Colombo
Se rodó en los alrededores de Lancaster y Palmdale (a unos 100 kilómetros de Los Ángeles) en tan solo 16 días y el presupuesto alcanzó los 450.000 dólares.
La maestría proverbial del joven Spielberg se aplicó concienzudamente sobre el libreto entregado por el escritor Richard Matheson, en el que reinterpretaba su relato corto “Duelo”. La simplicidad de la historia original, al contrario de lo que se podía suponer, juega a favor del director pues le permite profundizar con señero virtuosismo en la creación de una atmósfera enrarecida (en la que la fotografía de colores terrosos remite al western) y en el aumento progresivo de la tensión a través de los detalles de puesta en escena y el montaje.
El genial Dennis Weaber (feliz imposición del estudio) interpreta a un apocado vendedor cuya pusilanimidad se transforma en rabiosa y adrenalítica “configuración personalizante” convirtiendo su hasta entonces anodina presencia en la de un nuevo cazador que no reprime sus instintos más primitivos ante la febril amenaza de un diabólico camión. En 1977 Elliot Silverstein (Un hombre llamado caballo) dirige Asesino invisible que tiene como protagonista a un misterioso automóvil, en concreto un Lincoln Continental Mark III (convenientemente adaptado), que asesina viandantes de forma aleatoria y con asombrosa gratuidad. Antes, Jerry London filma otro telefilm, Killdozer (1974). Aquí es una excavadora (¡!) la que adquiere vida propia. Sin olvidar Christine, obligada adaptación de la novela homónima de Stephen King en la que un Plymouth Fury del 58 se rebela contra los humanos en esta irrelevante y funcional película encargada al realizador John Carpenter en 1983.
Queda claro que El diablo sobre ruedas no pasó inadvertida. Estrenada el 13 de Noviembre de 1971 en la cadena ABC, tuvo una entusiasta recepción. El propio crítico de la cadena, Barry Diller, la calificó como “película de la semana” y la Universal la estrenó como largometraje en salas comerciales de Europa y Japón (debidamente alargada hasta los 90 minutos). Tras este sonoro triunfo, el director de Tiburón rodó dos telefilms más hasta debutar, ahora sí, en la Gran Pantalla con la decepcionante (sobre todo en cuanto a expectativas generadas) Loca evasión (1974).