Orgullo de estirpe (The horsemen, 1971) de John Frankenheimer
Muy probablemente los nuevos espectadores le conozcan por Ronin (1998), aquel impactante “thriller de carretera” protagonizado por Robert de Niro que devino en unánime aplauso y volvió a relanzar su carrera en la Gran Pantalla. Lo cierto es que, admitiendo la irregularidad de esa carrera, John Frankenheimer (1930-2002) ha sido injustamente ignorado por amplios sectores de la crítica, aun siendo, como lo fue, uno de los directores más importantes de su generación. Comenzó en el medio televisivo donde, entre otras cosas, trabajó como asistente de Sidney Lumet (su “introductor” en el cine, según palabras del propio realizador).
Cinematografista técnicamente extraordinario, brillante narrador, virtuoso de la cámara. Tan solo le bastaron dos películas para ser prontamente bautizado como maestro del thriller político. En efecto, resulta inevitable mencionar la popularísima El mensajero del miedo (1962), así como la menos conocida, pero no por ello inferior Siete días de Mayo (1964). Empero, más allá de etiquetas y/o consideraciones puntuales, el cine setentero de Frankenheimer, e incluso de finales de los sesenta, no ha sido lo suficientemente valorado habida cuenta del gran momento creativo que revela la obra del director en la nueva década. La serenidad y madurez con la que afrontó esta etapa cristalizó en obras tan admirables como Los temerarios del aire (1969) o sobre todo, Yo vigilo el camino (1970); tras ésta última, para muchos su obra maestra, el autor de El hombre de Alcatraz realizó una de sus películas más brillantes, un proyecto anómalo para la industria de Hollywood, film arriesgado y personal; Orgullo de estirpe.
El origen de Orgullo de estirpe se halla en el profundo impacto que le produjo al director neoyorquino la celebración del buzkhasi (1) durante una visita a Afganistán. Tanto fue así, que una vez conocida la existencia de la novela “The Horsemen” escrita por Joseph Kessel, Frankenheimer aunó todos sus esfuerzos hasta conseguir los derechos de adaptación y el respaldo de la Columbia.
Uraz (Omar Sharif), el hijo del jinete más importante de Afganistán, recibe de su padre Tursen (Jack Palance) un extraordinario ejemplar de caballo con la promesa de adquirirlo en propiedad. Pero para ello Uraz deberá vencer en el torneo de uno de los deportes más duros del mundo: el buzhashi, una competición donde los participantes no sólo se enfrentan a la dureza de sus pruebas, sino que conviven bajo un código de honor y una forma de vida, y donde el triunfo significa algo más que un premio: demostrar la pureza de su estirpe.
Film de marcado carácter existencialista y contundente visión antropológica. Esto es, un homenaje al pueblo afgano que va mucho más allá de mostrar sus tradiciones y costumbres, relatando un viaje intenso y apasionado de unos individuos que se mueven en el marco conceptual de una cultura que caracteriza sus acciones. Frankenheimer reflexiona sobre las imposiciones generacionales, de heredación, vinculada a la figura patriarcal, la religión, el deseo y el poder. Una película mucho más compleja y profunda de lo que se le supone, que corre el riesgo de ser despreciada y resultar hasta cierto punto intrascendente para ese público aferrado al acomodo del visionado superficial.Orgullo de estirpe está estructurada en torno a una gran secuencia: el buzkhasi. La plasmación visual de esta celebración afgana acontece espectacular. Rodada, al parecer, con seis cámaras simultaneas, es un muy loable ejemplo de suprema planificación. Desafío técnico y creativo. El resultado dramático es inmejorable.
El rodaje comenzó en escenarios naturales de Afganistán, concretamente en Kandahar. Fue particularmente duro. Las penalidades infligidas por el intransitable desierto desembocaron en una oleada de enfermedades que hizo presa a gran parte del equipo. Una vez conseguidas las imágenes necesarias se trasladaron hasta nuestro país donde tuvo lugar el grueso de la filmación entre los alrededores de Madrid, la localidad granadina de Guadix y la provincia de Almería. A colación, apuntar dos nombres españoles en la producción, el madrileño José López Rodero como primer ayudante de dirección y el oscarizado Gil Parrondo, natural de Asturias, en el apartado de dirección artística que compartía junto al francés Pierre Thévènet.
La película está magníficamente protagonizada por el actor egipcio Omar Shariff, que interpreta con sumo acierto una personalidad compleja, turbia, atormentada y con un gran sentido del honor. Shariff está secundado por Jack Palance, extraordinariamente contenido (para lo que suele ser habitual), que por entonces andaba perdido entre producciones europeas de diversa índole. El único pero es Leigh Taylor-Young que da vida a Zereh y se muestra incapaz de otorgar credibilidad a su personaje. A ésta joven y bella actriz de 23 años se la quiso lanzar como símbolo erótico pero su posterior carrera terminaría basculando entre films de muy escaso interés (2) y productos para la televisión.
Destacar aspectos técnicos tan sobresalientes como la fotografía de Claude Renoir, el montaje de Harold F. Kress y la banda sonora de Georges Delerue, compositor predilecto de Truffaut, que vuelve a hacer gala de un estilo propio e identificable asentado en la capacidad lírica y emocional de sus composiciones.
Destacar aspectos técnicos tan sobresalientes como la fotografía de Claude Renoir, el montaje de Harold F. Kress y la banda sonora de Georges Delerue, compositor predilecto de Truffaut, que vuelve a hacer gala de un estilo propio e identificable asentado en la capacidad lírica y emocional de sus composiciones.
Todavía hoy sigue siendo un misterio que les llevó a los ejecutivos de la Columbia a dar luz verde a este proyecto frankenheimeriano de tan, a priori, escasa proyección comercial:
En primer lugar la acción se desarrolla en Afganistán, remota localización, un país y una cultura poco “cercana” para el público occidental.En segundo lugar, está escrita por el estupendo Dalton Trumbo, antiguo blacklisted, cuyo estigma ideológico avenido por la deleznable inquisición McCarthista, aún parecía pesar más que el propio curriculum profesional (Espartaco, Los valientes andan solos, El último atardecer…). Además, su guión (maravilloso ¡Qué diálogos!) rompía con los rígidos cánones impuestos por el estandarizado sistema productivo de los estudios.Y en tercer lugar, el reparto no constituía un contrastado reclamo para el espectador, Shariff y Palance eran actores populares, pero en absoluto grandes estrellas.
En primer lugar la acción se desarrolla en Afganistán, remota localización, un país y una cultura poco “cercana” para el público occidental.En segundo lugar, está escrita por el estupendo Dalton Trumbo, antiguo blacklisted, cuyo estigma ideológico avenido por la deleznable inquisición McCarthista, aún parecía pesar más que el propio curriculum profesional (Espartaco, Los valientes andan solos, El último atardecer…). Además, su guión (maravilloso ¡Qué diálogos!) rompía con los rígidos cánones impuestos por el estandarizado sistema productivo de los estudios.Y en tercer lugar, el reparto no constituía un contrastado reclamo para el espectador, Shariff y Palance eran actores populares, pero en absoluto grandes estrellas.
De todo esto tomaron buena nota cuando hubieron de enfrentarse al producto final. Optaron por, literalmente, “quitársela de en medio”. Sin ninguna confianza en el resultado, la inversión en el lanzamiento fue menos que anecdótica y Orgullo de estirpe se estrenó casi de tapadillo. El fracaso en taquilla fue tan contundente como previsible. Así las cosas, la posición industrial de John Frankenheimer quedó seriamente dañada. Era el cuarto varapalo –comercial- consecutivo que sufría el director, a las citadas Los temerarios del aire y Yo vigilo el camino había que sumarle la anterior El hombre de Kiev (1968). La situación se empeoró aún más cuando ya comprometido para iniciar la preproducción de Chacal (1973), el productor de la misma, John Woolf, se opuso con vehemencia a la contratación del director, siendo finalmente sustituido por el veterano Fred Zinemann (que dicho sea de paso, hizo un gran trabajo). Era la prueba fehaciente de que Hollywood ya no quería saber nada de él. Frankenheimer exilió a Europa (3) justo después de haber realizado algunas de sus mejores películas.