domingo, 30 de enero de 2011

ZONA WESTERN por Harmonica

La noche de los gigantes (The stalking Moon, 1968)
de Robert Mulligan
En 1957, Robert Mulligan (1925-2008), otro ilustre integrante de “La Generación de la Televisión”, debuta en el cine con El precio del éxito, un interesante biopic de un famoso jugador de béisbol, Jimmy Piersal. El productor del film era un joven neoyorkino llamado Alan J. Pakula. A continuación, nuestro director retomará el medio televisivo con La luna y seis peniques (debut en la televisión estadounidense del británico Laurence Oliver) por la que incluso ganará un Emmy al mejor director, a este telefilm le seguirán cuatro películas hoy olvidadas (Perdidos en la gran ciudad, Cuando llegue Septiembre, El gran impostor y Camino de la jungla). Ya estamos en el año 1962, el citado Pakula, que no se había olvidado de Mulligan, entra en escena y le propone a éste la creación de una compañía productora. El resultado fue Pakula-Mulligan Productión con la que realizarán seis películas, la última fue La noche de los gigantes, y la primera, una adaptación de una novela de Harper Lee…Matar a un ruiseñor. El dúo comenzó a lo grande.
Matar a un ruiseñor puso en primera línea a un por entonces desconocido Robert Mulligan, pero también condicionó inexorablemente la recepción de los próximos títulos del director. No es descabellado sentenciar que Mulligan vivió injustamente bajo la sombra de tan señera obra (pensad en Michael Curtiz y su Casablanca). No obstante, y aunque se me pueda acusar de incurrir en una cierta contradicción, no me aventuro mucho si afirmo que Matar a un ruiseñor es la obra maestra de Mulligan, porque lo es, pero esto no es óbice para valorar como se merece un legado que incluye películas tan magníficas como Amores con un extraño (1962), La última tentativa (1965), El otro (1972), la popular Verano del 42 (1971), El hombre clave (1974), su última obra Verano en Louisiana (1991), o por supuesto, la película que nos ocupa.
La noche de los gigantes narra la historia de Sam Varner, un explorador del ejército que está a punto de jubilarse y retirarse a un rancho que ha comprado con sus ahorros, pero antes de que llegue ese momento decide aceptar una última misión: conducir a su destino a una mujer blanca que ha sido encontrada entre una tribu de apaches, los cuales la habían secuestrado años atrás. Pero la mujer no va sola, la acompaña un niño mestizo fruto de una relación forzada con uno de los indios de la tribu, el sanguinario “Salvaje”. El camino para Varner, la madre y el niño no va ser un camino fácil, “Salvaje” quiere dar con ellos a cualquier precio.
Como vemos, la película destaca en un primer análisis por la atipicidad de su propuesta, Mulligan se erige como un director versátil y un brillante narrador de historias ateniéndose a una base literaria que se sustenta sobre un mínimo hilo argumental. La noche de los gigantes supone un modelo ejemplar de fusión de géneros: western y terror. Inaudito. Tanto es así que en muchas publicaciones cinematográficas han definido al film como un psychowestern, al fin y al cabo “Salvaje” acompañado así mismo del término indian/apache killer se convierte en el prototipo o referente de ese asesino en serie de amenaza difusa que poblaría las pantallas de los setenta y los ochenta amparado bajo el paraguas del que se denominaría slasher, ese subgénero del cine de terror que presentó en sociedad a personajes, hoy de culto, como Michael Myers o Jason Vorhees. Sin embargo, y aunque de forma un tanto coyuntural, podemos encontrar un célebre precedente en esa maravilla que es Mayor Dundee (1964) del genial Sam Peckinpah, en donde el Mayor Amos Charles Dundee (Charlton Heston) y su (escasa y disfuncional) tropa buscarán dar caza y captura a medio centenar de guerreros apaches liderados por el sanguinario jefe Sierra Charriba (Michael Pate). Ya en 1971 se estrenaría Chato, el apache, un flojo western rodado en Almería en la que un mestizo (Charles Bronson), tras matar en defensa propia a un sheriff, deberá huir a las montañas para enfrentarse a trece hombres que actúan bajo el mando de un antiguo soldado confederado Quincey Withmore (un crepuscular Jack Palance). Chato, convertido en un implacable asesino los aniquilará uno por uno. Y, solo un año después, el veterano Robert Aldrich ofrecería una versión descarnada del indio en la estupenda La venganza de Ulzana, en esta ocasión Burt Lancaster es un explorador encargado de ayudar a la caballería a perseguir y atrapar a Ulzana y a su banda de indios apaches renegados. La película está llena de hallazgos visuales y escenas apabullantemente gráficas, de crueldad y sadismo desmesurado. Eran los setenta.
Robert Mulligan volvió a reclamar los servicios de Gregory Peck siete años después, el actor se mostró encantando de volver a trabajar con aquel director que le había regalado uno de los mejores papeles de su carrera (el abogado Atticus Finch) y, a la postre, su primer y único Oscar. Peck, que contaba por aquel entonces con 52 años aporta presencia y un reflexivo tratamiento de un personaje que es absoluto protagonista del relato, apareciendo prácticamente en cada plano del film. A su lado, una discreta Eva Marie Saint (conocida principalmente por su participación en la Hitchcockniana Con la muerte en los talones) y el siempre convincente Robert Forster, que había mostrado sus indudables aptitudes solo un año antes en la excelente Reflejos de un ojo dorado de John Houston.
La noche de los gigantes es un soberbio ejercicio de suspense clásico sustentado por la conjunción de una serie de elementos supeditados a la profesionalidad de sus artífices, esto es: la solvencia con la que Alvin Sargent y Wendell Mayes adaptan la novela de Theodore V. Olsen, la meticulosa puesta en escena de Mulligan, la muy eficiente y bucólica banda sonora de Fred Karlin (percusiones, guitarra e incluso silbidos), autor también, por cierto, de la estupenda BSO de Mundo Futuro (1976) de Richard T. Heffron; la ausencia de diálogos en buena parte del metraje, un desarrollo innovador del relato (en el que el final se muestra intransigente ante las concesiones comerciales) y la soberbia fotografía de Charles Lang, logrando con inusitado acierto una atmósfera de carácter casi metafísico.
Nadie sospechaba que  Mulligan se atreviera con el género americano por excelencia y menos aún que lo hiciera de forma tan imaginativa. Creó escuela. Aún hoy nadie se lo ha reconocido. La película pasó sin pena ni gloria por las taquillas, siendo ignorada y quedando relegada a un injusto olvido. Atreveos y recuperadla, a buen seguro que gustará tanto a los amantes del western como a lo que no lo son. Todo un lujo.

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