Más allá de la vida (Hereafter) de Clint Eastwood
Cuando se supo que, en su próxima película, Clint Eastwood iba a indagar “más allá de la vida”, muchos fueron los que aludieron al hecho, supuestamente sorprendente, de que el veterano director se enfrentara por primera vez en su carrera a un film de género fantástico. Es más, no pocos saludaron el proyecto como una suerte de variación, más o menos vinculante, del éxito de M. Night Shyamalan El sexto sentido (1997). Estas –antojadizas- apreciaciones solo pueden responder a un tipo de ceguera patológica, o a un acusado desinterés en volver sobre la ya amplia filmografía del realizador californiano.
Si en 1982 abordaba la ciencia ficción con la muy desafortunada Firefox, el arma definitiva; tres años después firmaría un episodio de la serie de televisión fantástica Cuentos asombrosos, creada por Steven Spielberg (aquí, no por casualidad, productor ejecutivo). Tampoco ha de suponer un gran esfuerzo para el espectador mínimamente avispado, advertir ese halo sobrenatural que sobrevuela las imágenes de dos títulos del Oeste como Infierno de cobardes (1973) y El jinete pálido (1985); ¿Acaso no encarna Eastwood a sendos pistoleros de ultratumba que regresan a la vida para consumar su venganza?.
Más allá de la vida, desacertado título en español de Hereafter, es un drama, puro y duro, bajo la apariencia de un relato de corte fantástico, donde Clint vuelve a retomar el retrato de unos “perdedores”, que en este caso, buscan el sentido de sus vidas. El guionista británico Peter Morgan (The Queen, El desafio: Frost vs Nixon…) desarrolla tres historias que acabarán confluyendo en el último momento: 1) George Lonegan (Matt Damon) es un tipo solitario que vive en San Francisco. Su deseo es llevar una vida normal, y para ello trata de huir de su “don”, una capacidad que le permite contactar con los muertos. Pero para él es una maldición que le impide, entre otras cosas, llevar a buen puerto su romance con Melanie (excelente Bryce Dallas Howard), una chica que conoce durante unas clases de cocina. 2) La francesa Marie Lelay ((Cecile de France) es una periodista televisiva de éxito que sobrevive a un tsunami mientras estaba de vacaciones en Indonesia, una experiencia que alterará su vida para siempre. 3) En Londres, un niño llamado Marcus (Frankie McClaren) sufre un gran desasosiego tras la repentina muerte de su hermano gemelo y buscará la forma de comunicarse con él.
Es esta una película que no aspira ser trascendental, ni adopta un lenguaje grandilocuente para articular un discurso (humanista) en torno a la vida y la muerte, al dolor de la ausencia, a la pérdida del amor. No pretende pues, generar argumentos para clarificar temas relativos con una cierta precisión. De hecho, se limita únicamente a lanzar preguntas de las que no ofrece respuesta alguna. La sobriedad narrativa y el rigor expositivo propias de ese rasgo, llamémoslo neoclasicista, que mueve la cámara de Eastwood, no es óbice para hallar múltiples detalles de puesta en escena –con significativo uso de movimientos giratorios, travelling de seguimiento o grúas móviles- que permiten una audaz y armónica mezcolanza entre momentos íntimos (los más) y momentos espectaculares (los menos). Así, en relación a los primeros, sirvan de ejemplo la –poética- forma en la que el director muestra la soledad de sus personajes, envueltos entre las densas sombras de la fotografía de Tom Stern; o la secuencia que sigue el triste peregrinar de Marcus por una serie de supuestos espiritistas (o charlatanes de feria, lo mismo da).En otro ámbito, está la visualización de dos hechos reales que Morgan implementa hábilmente dentro de la historia ficticia: la situación alrededor de las bombas en el metro de Londres; y la magistral secuencia (que “golpea” al espectador a tan solo cinco minutos del comienzo) del tsunami, donde hay que celebrar el virtuosismo con el que el director de Sin perdón acomete la planificación de dicha pieza dotándola de una insólita fuerza y singularidad (atención a como la cámara se emplaza a la altura de los ojos). Sugestiva y poderosa, hay más conocimientos de realización en esa única secuencia que en toda la filmografía de Roland Emmerich, un tipo que lleva media vida rodando catástrofes…
Otro de los grandes aciertos del film descansa en las brillantes interpretaciones de todo el reparto. Dada cuenta de la buena labor de Dallas Howard, no le va a la zaga la ajustada composición de la actriz belga Cecile de France (conocida por Alta tensión, de Alexandre Aja). Tampoco la sutil y contenida interpretación de Matt Damon, ni el trabajo de Frankie McClaren, uno de los niños más creíbles de los últimos años, lástima que el doblaje no le haga la suficiente justicia. Por cierto, que entre el casting –y permitidme aquí el inciso- encontramos a Marthe Keller (como la Dra. Rousseau), feliz recuperación para el “gran” cine de esta actriz de origen suizo que alcanzó notoria popularidad durante los setenta con títulos de relevancia como Marathon man, Domingo negro o Fedora.
Pero Mas allá de la vida, cierto es, no es una película redonda, en ella conviven un conjunto de aspectos más que sólidos, como los que he apuntado, con algún que otro de cierta irregularidad. Concretando; la historia de Marie Lelay se resiente de una cierta dispersión comunicativa, quizás porque no atañe tanto a una emocionalidad dramática como a la búsqueda de un “saber”, provocando, por añadidura, un evidente distanciamiento emocional entre el público y la pantalla. Habrá también a quien no convenza la forma en la que Peter Morgan hace “colisionar” a sus tres personajes al final del relato (que resulta válida, pero fuerza nuestra credulidad); y quién asegurará (no seré yo quien lo haga) que su verdadero “talón de Aquiles” es el ritmo, esto es, la cadencia narrativa con la que Eastwood narra la(s) historia(s). Tachada de lenta y de excesivamente contemplativa (En EE.UU. la audiencia –y la crítica- le ha dado la espalda); son estos los adjetivos que definen erróneamente a una película arriesgada y profunda que propone un film alejado del imperativo comercial, y que dirige su lúcida mirada hacía ese público maduro que no necesita de apoyos artificiales para disfrutar de verdadero CINE.
Harmonica