El territorio de la bestia (Rogue, 2007) de Greg McLean
Admito que, muy probablemente, nunca me hubiera interesado por esta película si no fuera porque su director, el australiano Greg McLean, dirigió dos años antes Wolff Creek, su impactante debut, un psyco-thriller en la línea “dura” del género que le situó dentro de esa nueva hornada de jóvenes realizadores dedicados al terror como Alexandre Aja, Zack Snider (por su Amanecer de los muertos), Rob Zombie o Neil Marshall (una selección siempre discutible aunque razonable desde el punto de vista industrial). Pero, ¿Qué ocurre con Rogue, el territorio de la bestia? Éste film pasó sin pena ni gloria y cayó en el olvido con prontitud (si es que alguna vez fue descubierto). La respuesta puede encontrarse en la línea argumental que propone la película, a saber: un grupo de turistas es perseguido por un enorme cocodrilo de agua salada. ¡Esto ya lo he visto antes! Y así es. La cinta de McClean evoca con meridiana claridad a aquellas monster-movies de los setenta, esos films que, al calor del éxito de Tiburón (1975) presentaron en sociedad todo un catálogo diverso de criaturas, la mayoría “enojados” animales que amenazaban a ese ser humano empeñado en explotarlo, contaminar sus aguas o bosques y, por ende, destruirlo: orcas (Orca, la ballena asesina, Michael Anderson, 1977); osos (Grizzly, William Girdler, 1976); abejas (El enjambre, Irwin Allen, 1978); pulpos (Tentáculos, Ovidio Assonitis, 1977), etc…
Si centramos el foco de atención en el verdadero protagonista del relato que aquí nos ocupa, un gigantesco cocodrilo, me vienen a la mente varios ejemplos: el díptico de los ochenta La bestia bajo el asfalto, firmadas por Lewis Teague, la aportación finisecular del veterano Steve Miner, Mandíbulas (que ha generado, hasta el momento, dos secuelas direct to DVD), o la propuesta de nuevo siglo de Tobe Hooper titulada ilustrativamente con el inequívoco Cocodrilo (2002), que solo venía a demostrar que el director de La matanza de Texas (1974) podía caer (aun) más bajo (si cabe). Si bien, Hooper también empleó al susodicho animal como sujeto inopinado que permitía al serial-killer de turno deshacerse de sus víctimas en la formularía Trampa mortal (1977).
En suma, podría concluir que El territorio de la bestia es un producto anacrónico, que encuentra sus raíces en tiempos (fílmicos) pretéritos alejados en la conciencia colectiva del público a quien hoy va dirigido. Así pues, no hay debate en que la historia planteada no constituye, per se, un elemento persuasor en términos de estrategia publicitaria. Empero, apuntado todo esto, hay que considerar (más allá de modas culturales) la solidez que presenta el conjunto, lo bien resuelta que está y, en resumen, que dentro de su concreto ámbito subgenérico, es una película de lo(las) más conseguida(s). Se sabe que el guion está inspirado en un suceso real acaecido a finales de los setenta en el que un cocodrilo de seis metros llamado “Sweetheart” atacó varios barcos a lo largo del rio Finnis, con la, eso sí, afortunada salvedad de que no hubo de lamentar víctimas. Greg Mclean sostiene la intriga del film con firmeza, sabe construir atmósferas, narrar (bien) una historia, y su puesta en escena resulta detallista y muy efectiva. Todo apoyado en una estupenda fotografía de Will Gibson que potencia con brillantez la cualidad alucinatoria, inquietante, de unos sombríos parajes australianos en los que habita la “indómita bestia”, nadando sigilosa entre las cenagosas aguas de la (mortal) laguna.
Hay momentos epatantes, de súbito impacto (la muerte de uno de los personajes tras ser brutalmente zarandeado cual muñeco de trapo). Hay escenas de gran tensión (el forzoso “equilibrio sobre la cuerda” para pasar del islote donde quedan atrapados a una de las orillas). Y, el final, épica lucha entre “el hombre” y “el monstruo”, allí donde éste ultimo encuentra su hábitat, una siniestra gruta donde anidan los restos de sus múltiples victimas, cuerpos despedazados, corrompidos; allí donde, entre ellos, perece moribunda la heroína Kate Ryan, la última pieza del entramado narrativo. Protagonizada por el televisivo Michael Vartan, cuya interpretación solo puede tacharse de anodina, y la siempre convincente Radha Mitchell, rostro cada vez más habitual en el cine fantástico (Pitch Black, Visitantes, Silent Hill, Los sustitutos, The crazies); el film gustó en el Festival de cine fantástico de Sitges y fue nominado a la Mejor Película. Parece ser que convenció a los más reticentes. Merece la pena echarle un vistazo.
Harmonica
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