F.I.S.T. Símbolo de fuerza (F.I.S.T, 1978), de Norman Jewison
Stallone (que por aquellos años aún parecía un actor llamado a hacer cine de calidad), lleva todo el peso de la cinta, y lo cierto es que cumple, pero tampoco lo es menos el acometido de una interpretación a partir de un gesto poco expresivo y un tanto monocorde, algo que le valió no pocas (e injustas) críticas de aquellas voces supuestamente autorizadas, empero, por lo general, no muy desprejuiciadas, que han venido a desestimar su aportación protagónica en función de un análisis condicionado en exceso por el devenir, si bien exitoso poco distinguido, de la carrera del famoso actor.
Pese al carácter omnipresente del personaje protagonista -valídese oportunamente la obligada concesión comercial y probablemente contractual-, el resto del reparto no se descuidó, confiando en nombres de (com)probada valía. Uno de ellos fue el de Tony Lo Bianco, un genial actor italoamericano, uno de esos secundarios robaescenas hoy demasiado olvidado. Lo Bianco interpretó al mafioso Babe Milano, una tipología de villano carismático que ya había incorporado en la película de culto Los asesinos de la luna de miel (Leonard Kastle, 1970); en el oscarizado film de William Friedkin French Connection, contra el imperio de la droga (1971); y en la muy similar Los implacables, patrulla especial (1973), dirigida por Philip D´Antoni, a la sazón productor del citado clásico de Friedkin.
(y III) Asumamos cierta referencia a la hora de analizar el trabajo interpretativo de Sylvester Stallone, pues no resultaría del todo convincente obviar una aportación tan preferencial como Capone. En aquella película el actor dio vida a Frank Nitti, un personaje real, “de época”, ligado al crimen organizado (ni más ni menos que el hombre de confianza del célebre gangster) y (co)protagonista de una escalada al poder. Así, el Frank Nitti de Capone se advierte como un muy plausible precedente/referente directo del inminente Johnny Kovac de FIST, apuntando, evidente, notables diferencias supuesto entre ambos personajes aconteció el fulgurante ingreso del actor en las filas del estrellato cinematográfico con aquel potro italiano también dispuesto, aunque por otros medios, a alcanzar el sueño americano.
El mafioso Babe Milano (genial Tony Lo Bianco) hará todo
lo posible para no ser delatado: Belkin no llegará al
estrado...
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El papel femenino recayó en Mellinda Dillon, una actriz ascendente en vista de sus anteriores intervenciones en títulos de gran representatividad como Esta tierra es mi tierra (Hal Ashby, 1976), El castañazo (George Roy Hill, 1977), y el gran éxito de Steven Spielberg Encuentros en la tercera fase (1977). Su Anna Zerinkas, una chica humilde de ascendencia lituana que acaba casándose con Kovak, no le supondría ningún esfuerzo interpretativo. Tampoco hizo nada por su carrera.
Rod Steiger (a la derecha) es el senador Madison, presidente del Comité Anticorrupción: ¿Cómo hace usted para conseguir esos contratos tan sorprendentemente buenos para sus hombres?
Hace tiempo aprendí una cosa senador, en este país puedes conseguir lo que quieras con un poco de empuje. Responde Kovac ante la atenta miranda de Max Graham (Peter Boyle), presidente nacional del sindicato.
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El cast se completó con Rod Steiger en el papel del Senador Madison, presidente del Comité anticorrupción. Una colaboración marcada por el reencuentro con el director Norman Jewison, quien once años antes le había dirigido en El calor de la noche, film en el que Steiger, en la piel del rudo sheriff Bill Gillespie, ganó su primer y único Oscar (galardó n que, en opinión personal, debía habérsele otorgado ya tiempo atrás por su brillante creación de Sol Nazerman en la excelente El prestamista, 1964, de Sidney Lumet). Peter Boyle fue Max Graham, presidente nacional del sindicato. David Huffman como el incorruptible amigo de Kovac, Abe Belkin, y un estupendo Kevin Conway incorporó a Vince Doyle.
Retirada desde 2007, la actriz Mellinda Dillon interpretó a
Anna Zerinkas, una chica humilde de ascendencia lituana
que acaba casándose con Johnny Kovac
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La película se abre con diferentes planos de fábricas sobre los que se sobreimpresionan los créditos, oportuna manera de contextualizar época y ámbito de la acción argumental. De fondo, una melodía suave, entonada mediante disonantes golpes sonoros que suben en intensidad, acentúa su compás rítmico, un controlado crescendo que culmina en una evocadora y semi-épica melodía, justo en el momento en el que aparece en pantalla el título del film. Un tema que aúna con fortuna el carácter de compromiso social que subyace en la definición básica del personaje y la historia, y ese halo reivindicativo de poderosa fuerza que asimila (y convierte) su estructura en un verdadero himno sindical. El tema en cuestión es obra del compositor Bill Conti, ese maestro de la fanfarria de superación personal que tan a menudo ha sido ignorado por la industria. Conti, que recién acababa de saborear el éxito por su trabajo en Rocky (por el que será siempre recordado, para bien y para mal), abrazó el encargo de componer la banda sonora para FIST con un enorme entusiasmo: Por un lado le permitía sacudirse ese estigma de compositor ligado a una instrumentación con desviaciones hacia el pop, y por otro lado le iba a conceder la gran oportunidad de crear una partitura netamente sinfónica. El resultado fue un trabajo elegante, un sobrio ejercicio musical en el que no solo destaca el ya referido tema principal, también lo hace el corte “The Big Strike”, es decir, “La Gran Huelga”, una de las grandes secuencias de la película, acompañada por una pieza de notoria potencia orquestal, muy ajustada a las imágenes. En cualquier caso, y pese a tratarse, como he comentado, de un buen trabajo, realmente intachable, Bill Conti explotará en sucesivos años todo su talento sinfónico alcanzando cotas de brillantez en títulos como Baile lento en la Gran Ciudad (John G. Avildsen, 1979), Evasión o victoria (John Houston, 1981), Elegidos para la gloria (Philip Kaufman, 1983), o Masters del Universo (Gary Goddard, 1987).
En FIST, los decorados están tan conseguidos que parecen naturales. Rezuman autenticidad. El elegantísimo diseño de producción fue responsabilidad del británico Richard McDonald (1919-1993), un consumado especialista curtido en la profesión junto al (forzosamente) exiliado Joseph Losey en títulos del prestigio de Eva (1962), El sirviente (1963) o Rey y Patria (1964). Un año antes, en 1977, lograba un trabajo excepcional en un film de tan distinta naturaleza como El exorcista II, El hereje, de John Boorman.
¡Pues yo desprecio a la autoridad, y desprecio a esta audiencia; y desprecio a Milano¡ ¡Y me desprecio a mí mismo¡
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Fue en verdad uno de los directores de fotografía más sobresalientes del cine norteamericano de su tiempo. No así venía de colaborar con Martin Scorsese en New York, New York. Me estoy refiriendo al ecléctico y versátil Laszlo Kovacs. La luz de éste operador de origen húngaro -como el protagonista- se estima determinante en la estética de la película. Colores ocres, sepias y rojizos, de tonalidades desaturadas e intenso contraste lumínico en interiores. Textura precisa de una época, de un estado de ánimo.
FIST, Símbolo de fuerza, se estrenó el 26 de Abril de 1978. Antes, el día 13, tuvo lugar una premiere multitudinaria en Los Ángeles (California). La película recibió críticas mayoritariamente positivas, pero no obtuvo el favor del público. Significó una enorme decepción para todo el equipo. Stallone evitó perder tiempo en lamentaciones y ese mismo años dirigió su primera película: Paradise Alley, estrenada en nuestro país con el título de La Cocina del Infierno, una irregular tragicomedia en la que el actor, y ahora también director, incluyó diversos aspectos autobiográficos. Pero pasó con más pena que gloria por las carteleras. Tras dos (relativos) fracasos era el momento de apostar sobre seguro y Sylvester se volvió a subir al ring en Rocky II (1979), una digna y entretenida secuela que también firmó. Por su parte, el realizador Norman Jewison triunfó con Justicia para todos (1979), pasable drama judicial solo animado por la impagable presencia de un sobresaliente Al Pacino.
Sylvester Stallone en la premiere de FIST
el 13 de Abril de 1978 en Los Ángeles
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33 años después de su primera proyección en los cines estadounidenses, esta ambiciosa producción ha quedado sepultada en la filmografía de sus principales responsables, así como en la memoria colectiva del cinéfilo. Con todo, y para quien esto suscribe, es una película mucho más interesante de lo que su frecuente desinterés por parte de crítica y público pueden hacer creer. El mayor problema, a la hora de enfrentarse al film, es valorarlo desde la vertiente -desvirtuada- que ofrecen los posteriores trabajos de su estrella. Es evidente que FIST, Símbolo de fuerza, no atesora la suficiente virtud para formar parte de aquel parnaso cinematográfico de obras imprescindibles que nos legó esa fascinante década del cine norteamericano que fueron los setenta, pero este poderoso relato melodramático es notablemente mejor de lo que se ha reconocido hasta ahora, manteniéndose intacta su factura y fuerza a la espera de que nuevas generaciones la redescubran.
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