De un modo u otro me resulta fútil hablar de premios o distinciones, es verdad. La historia del Cine nos ha legado (y lo seguirá haciendo) multitud de nombres y obras admirables que han sido ignorados por aquellos que deciden que merece ser premiado y que no lo merece. Mecanismo harto subjetivo como no podía ser de otra manera. Sin embargo, el caso del director William Wyler, que por cierto, no era estadounidense sino europeo, profesa admiración y asombro por el simple hecho de la magnitud de la cifra, atentos: 3 Oscar a la mejor película; 3 Oscar al mejor director (de un record de 12 nominaciones); 38 galardones sobre 127 candidaturas; la película más premiada de la historia con 11 Oscar (honor compartido, si, pero con matices).
Parece darse por seguro que tras el multioscarizado film protagonizado por Charlton Heston (que salvó a la MGM de la quiebra), la carrera de Wyler inició finalmente su declive. No obstante, yo siempre hago una excepción en esa tan criticada fase final que fueron los sesenta, y esa es, claro está, El coleccionista.
Después de dirigir Ben-hur, el director rodó La Calumnia (1961), film que abre decididamente la caja de los truenos. Las reacciones son de todo tipo y se empieza a decir en voz alta que William Wyler está acabado. La excesiva blandura con la que el realizador trata el lesbianismo en la película concita una sólida corriente crítica que no duda en achacarle una cierta incapacidad para seguir el ritmo de los tiempos. Aunque para ser justos, esta afirmación podría fácilmente extenderse a gran parte de la producción hollywoodiense de la época, en la que sus propuestas se antojan anquilosadas y sometidas. La industria está todavía lamiéndose las heridas provocadas por la infame Caza de brujas, sin olvidar el riguroso sistema de censura promovido por el llamado Código Hays en 1927 que no sería sustituido hasta ¡1968! El empuje de los nuevos cines europeos, en especial de la Nouvelle Vague francesa ya había llegado a América. Los planteamientos del cine clásico manejados por los viejos maestros comienzan a cuestionarse. Wyler no era una excepción.
Darryl F. Zanuck, presidente de la Fox, convenció al director para que dirigiera Sonrisas y lágrimas. Wyler no sentía demasiado interés por ese proyecto, pero lo aceptó al permitirle trabajar en un género aún inédito en su carrera: el musical (1). Director y guionista llegaron a visitar posibles localizaciones. Incluso se llegó a seleccionar a Julie Andrews para el papel principal. Fue entonces cuando el máximo responsable de la Columbia, Mike J. Frankovich, le envió un guión que le encantó. Debía elegir ahora entre Sonrisas y lágrimas o apostar por el nuevo guión que había caído en sus manos. Optó por lo segundo.
El coleccionista se basa en una exitosa novela (“The collector”) escrita por John Fowles. La adaptación para el cine fue responsabilidad de los guionistas Stanley Mann y John Kohn. El gran reto era dotar de intensidad a una historia que pivotaba sobre las interacciones visuales y verbales de dos únicos personajes. Wyler explotó con eficacia una situación dramática de tales características como ya lo había hecho anteriormente en dos films de tan acusada base teatral como Brigada 21 (1951) y Horas desesperadas (1955). Una dirección elegante y ausente de efectismos hace mucho por el resultado final. Elegir a los dos actores adecuados era imprescindible. Fue un acierto. Se contrató al británico Terence Stamp para interpretar al psicópata Freddie Clegg. Stamp había deslumbrado en su debut con La fragata infernal (1962), recomendable film de aventuras marinas dirigido por el también actor Peter Ustinov. Para el papel de Miranda Grey, la estudiante de arte que es secuestrada por Clegg, se eligió a una desconocida actriz de 25 años, Samantha Eggar, quien brinda aquí una notabilísima interpretación, un triunfo que no volvería(mos) a celebrar, entre otras cosas, porque su, a priori, prometedora carrera, se desinflaría rápidamente con títulos en su mayoría irrelevantes. Lo cierto es que Eggar fue despedida por el director después de tres semanas de ensayos, pero tras la negativa de Natalie Wood a sustituirla, Wyler tuvo que reincorporarla ante el inminente comienzo del rodaje.
La novedad más notoria de la película respecto al libro de Fowles es que en ésta se explora más a fondo la psique del perturbado psicópata. El tímido, apocado e inseguro Freddie Clegg es un coleccionista de mariposas -el asesino de El silencio de los corderos (1992) cría mariposas- que compra una mansión a las afueras de la ciudad para llevar a cabo un maquiavélico plan: encerrar en ella a una joven que le obsesiona con el propósito de enamorarla. Al final, Miranda se convertirá, simbólicamente, en una mariposa de su colección.
El director de Los mejores años de nuestra vida (1946) potencia el efecto dramático, no solo a través de una minuciosa planificación y la inestimable prestación de sus dos intérpretes, sino también, mediante el uso del color. Si bien el mítico realizador ya había rodado tres producciones en color (sin contar el documental Memphis Belle, 1944) -La gran prueba (1956), Horizontes de grandeza (1958) y Ben-hur (1959)- será aquí cuando este adquiera una función mucho más efectiva y determinante (2).
El coleccionista se presentó en el Festival de Cannes en Mayo de 1965 donde fue muy bien acogida, obteniendo los premios al mejor actor y actriz. Además, ella, junto al guión y la dirección, recibieron nominaciones para los Oscar. Con este admirable film, precursor de los actuales psicothrillers, de trágicas dimensiones temáticas hábilmente representadas, su veterano director volvía a retomar el pulso de los nuevos tiempos y hacía concebir nuevas esperanzas a la crítica más reticente. En todo caso, y aunque William Wyler habría de dirigir tres títulos más (Como robar un millón y…, Funny Girl y No se compra el silencio), El coleccionista fue su última gran obra. Magnífica.
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(1) Finalmente lo haría en 1968 con Funny Girl, biopic de la famosa estrella de Broadway Fanny Brice, interpretada por una debutante Barbra Streisand. Wyler se hizo cargo de este proyecto de la Columbia tras el abandono del director Sidney Lumet.
(1) Finalmente lo haría en 1968 con Funny Girl, biopic de la famosa estrella de Broadway Fanny Brice, interpretada por una debutante Barbra Streisand. Wyler se hizo cargo de este proyecto de la Columbia tras el abandono del director Sidney Lumet.
(2) Wyler llegó a considerar la posibilidad de rodar la película en blanco y negro para darle un mayor realismo. Finalmente y por consejo de su director de fotografía Robert Surtees (Las minas del Rey Salomón, Cautivos del mal, La última película…), hizo pruebas en color y en blanco y negro, y acabó decidiéndose por lo primero.