(II) El factor más importante de todo movimiento obrero, desde su fase inicial, ha sido la de poseer unas ideas comunes entre sus miembros por las que luchar con el fin de obtener mejoras laborales y salariales. El trabajador de base ha sido consciente de que por sí sólo nunca podría conseguir sus objetivos. Y desde esos primeros momentos asociativos hasta la actualidad, ha tomado partido por una unión y una organización capaces de lograr las metas deseadas con unas herramientas básicas pero imprescindibles: la reunión, la asamblea, el sindicato y la huelga. El cine se ha hecho eco de estos elementos. Centrándome en el personaje del sindicalista, aquí figura preeminente, la realidad es que en la Gran Pantalla se han dado respuestas y visiones enormemente contradictorias al respecto. Anotaré, a vuelapluma, algunas aportaciones referentes.
Aparece en su forma más célebre en La ley del silencio (1954), de Elia Kazan, donde se narraba la historia de unos trabajadores de los muelles de Nueva York enfrentados a la mafia sindical. En 1969 se presenta al sindicalista como un hombre preocupado por los trabajadores aunque en ello le fuese su propia vida, la italiana Metello, de Mauro Bolognini y la británica Odio en la entrañas, del norteamericano Martin Ritt, son dos buenos ejemplos. En ésta última, ambientada en 1876, un grupo de mineros galeses e irlandeses trabajan en EE.UU. en deficientes condiciones hasta que deciden unirse en un sindicato perseguido por la policía.
En 1979, de nuevo el director Martin Ritt (Donde la ciudad termina, Hud, Un hombre, Cartas a Iris…) estrena una de sus películas más emblemáticas, Norma Rae. Basada igualmente en un hecho real, describía la conversión de una operaria de una fábrica textil en una líder sindical. Versión optimista y reivindicativa de la mujer trabajadora. Norma Rae (encarnada con convicción por Sally Field) es, sin duda, una película de indudable interés. Sin embargo, apenas dos meses antes del estreno de FIST, el afamado guionista Paul Schrader debutaba en la dirección con la contundente Blue Collar. Entre ambas existía un nexo común, en el seno del Sindicato habitaba el germen de la corrupción.
De camionero a lider de masas. Johnny
Kovac, trasunto del verdadero Jimmy
Hoffa, convertirá el sindicato en una
potencia económica y política. Stallone
en su primer papel en una gran
producción.
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Producida por Gene Corman y Patrick J. Palmer para Chateau Productions (productora que solo llegó a financiar dos películas, la que nos ocupa y la anterior Patrulla de vigilancia, de George Armitage); FIST tuvo un presupuesto aproximado de once millones de dólares y se filmó en diversas ciudades de Inglaterra y Estados Unidos entre Junio y Agosto de 1977.
Cleveland, 1937. Tras sufrir varios años de injustas condiciones laborales, un honesto empleado de una fábrica, Johnny Kovak (Stallone) lidera una campaña para unir a sus compañeros. Kovak se emplea en el sindicato F.I.S.T (siglas de Federación Inter-estatal de Transportistas), donde comienza un constante ascenso en la organización, y, a medida que va escalando posiciones, sus métodos se vuelven más rudos, a fin de enfrentar las amenazas e intimidaciones de la compañía. Finalmente, un senador comenzará una campaña para encontrar conexiones entre el sindicato y la mafia…
La película es en realidad una biografía inconfesa del mítico sindicalista Jimmy Hoffa (1),- oculto en el film tras el pseudónimo de Johny Kovak-, adaptada a la pantalla con brillantez en el debut como guionista de Joe Eszterhas (con la, al parecer, problemática colaboración del propio Stallone, que según algunas fuentes se limitó a modificar el libreto a su antojo una vez que éste estuvo presentado al estudio). Eszterhas, originario de Hungría, tipo conflictivo en su juventud pero talentoso literato, ha sido siempre un guionista extremadamente irregular que alcanzó la gloría con el guión de Instinto básico en 1992. En su curriculum hallamos aciertos estimables como el thriller de Richard Marquand Al filo de la sospecha (1982) o, sobre todo, el drama La caja de música (1989) del prestigioso director griego Costa Gavras. No obstante, también podemos citar films tan poco meritorios como Flashdance (1983), del temible Adryan Lyne; Sin escape: ganar o morir (1993), vehículo de lucimiento para Van Damme y dirigida por el otrora mínimamente prometedor Robert Harmon (Carretera al infierno); o la coleccionista de razzies, Showgirls (1995), de Paul Verhoeven.
La huelga, referencia ineludible
del movimiento obrero. Kovac
lo hará a su manera:
¡Responderemos a la fuerza con
la fuerza¡ Será acusado de guiar
al sindicato por la senda de la
violencia
|
Eszterhas (y Stallone) apuestan por un planteamiento argumental que remite, por evidente analogía, a la estructura empleada en aquel llamado cine “primitivo” de gánsteres de los años treinta, esto es, el ascenso y caída del protagonista. Sirvan como ejemplo films tan reconocidos como El enemigo público (1931), Scarface (1932) o Los violentos años veinte (1939), por más que en el caso de FIST esa “caída” quede suavizada o (muy) matizada por un final de cierto carácter redentor. Resulta curioso cómo se enfatiza en la ambivalencia conductual del protagonista. Kovac asumirá la responsabilidad de sindicar a los empleados de la fábrica cuando, en plena rebelión reivindicativa, sea “descubierto” por Mike Monahan, presidente local del sindicato -tienes don de gentes, le confiesa-. Johnny acabará sacrificando sus ideales en virtud de la causa, pues los favores del crimen organizado, rémora contemplada como indispensable para defender los intereses de los trabajadores (y del sindicato), deben ser siempre correspondidos… El espectador podrá aceptar la condición como legítima y justificar sus actuaciones en función de sus objetivos, logrando empatizar con el personaje y, en última instancia, apostar por su “salvación”. Con todo, la pregunta surge inevitable: ¿Justifica el fin los medios? Guión sólido, de personajes convenientemente perfilados, trabajado y de gran factura, consigue mantener la atención aun cuando la duración de la cinta sobrepasa las dos horas.
El encargado de plasmar en imagenes el libreto de Ezshertas (y Stallone) no fue otro que el director canadiense Norman Jewison (2). No fue ninguna sorpresa, hoy prácticamente olvidado por el gran público, Jewison era uno de los realizadores más reputados por aquel entonces. Podía jactarse de un historial repleto de éxitos: El rey del juego (1965), la oscarizada En el calor de la noche (1967), El caso de Thomas Crown (1968), los musicales El violinista en el tejado (1971) y Jesucristo superstar (1973), o la futurista Rollerball (1975). Entusiasmado por el proyecto asumió además el rol de productor ejecutivo.
¡Eso es lo que somos todos nosotros¡ ¡Un puño¡ ¡Un
solo puño¡ Un poderoso Kovac ante las siglas de la
Federación Interestatal de Camioneros
|
Vaya por delante que Jewison no es particularmente un director al que yo tenga en muy alta estima. Este cineasta intergeneracional siempre me ha parecido un realizador irrelevante, poco destacable y falto de personalidad, en la línea de nombres como Michael Anderson, Herbert Ross o Harold Becker. Un tipo que se a las modas imperantes en cada época. Su compromiso siempre ha estado ligado ha obtener el favor del público. Con FIST no lo consiguió. Si bien sus aciertos son escasos y atentos a la más ajustada aleatoriedad, no me disgusta su labor al frente de El rey del juego, un film que heredó de Sam Peckinpah (todavía sueño con lo que hubiera hecho éste) al poco tiempo de iniciar su rodaje. Para El caso de Thomas Crown “afrancesó” la puesta en escena (arropándose en una casi fundacional y gratuita utilización de la pantalla fragmentaria), y me agradó la inusitada audacia con la que planificó las secuencias de acción de Rollerball, película que, además, gana enteros si la comparamos con el flébil remake perpetrado por John McTiernan en 2002. En FIST, su planificación está exenta de adornos, agradecidamente clasicista pero ciertamente funcional, poco dada a funambulismos que le desvíen del camino más fácil. Jewison se siente cómodo, se sabe protegido y, aunque se limita a plasmar solo oficiosamente el guión en imágenes, es justo reconocer, nobleza obliga, que no cae en esa tan temida asepsia visual, característica ésta, muy habitual en su cine. Quizás consciente de sus limitaciones (¡osada afirmación la mía!) sublima el fondo y no la forma. No hay pérdida por tanto. Un trabajo eficaz. Continuara...
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(1) James Riddle Hoffa nació el 14 de febrero de 1913 en Brazil, Indiana. Lo eligieron presidente en 1957 de la Hermandad Internacional de Camioneros. Estuvo estrechamente vinculado a la Cosa Nostra. Gano notoriedad por sus tácticas agresivas contra todos sus oponentes, tanto en el interior como en el exterior del IBT. Blanco de una investigación en 1957 por el senado de los E.E.U.U. sobre la corrupción en la organización, fue condenado por intento de fraude, y conspiración. Contrató a los detectives privados Fred Otash y John Danoff para grabar las confidencias de Robert Kennedy a Marilyn Monroe, su amante, que pusieron en un brete la presunta honorabilidad de los hermanos Kennedy en su guerra contra la Mafia. Ingresó prisión en 1967. Su sentencia fue conmutada en 1971. Intentó recuperar protagonismo dentro del IBT cuando en 1975 desapareció. Los rumores en cuanto a cómo murió no cesaron. Su cuerpo nunca apareció.
(2) En la biografía del canadiense debe hacerse referencia a la influencia que para él tuvo la colaboración del montador Hall Ashby, ambos entraron en contacto a mediados de los sesenta. De hecho, el director de fotografía Haskell Wexler declaró lo siguiente al respecto: “Me di cuenta de que Hall era una verdadera fuerza; el hizo que mejorase la creatividad de Jewison. Formaban un buen equipo y no creo que Norman haya vuelto a hacer películas como aquellas desde que dejo de trabajar con Hall”.
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