Hay que matar a B (1973), de José Luis Borau
Sus dos primeras películas fueron el western Brandy (1963) y el policiaco El crimen de doble filo (1964). Eran sendos encargos, pero testimoniaban la admiración que sentía por los modelos genéricos del cine clásico norteamericano. A pesar de todo, José Luis Borau tuvo que esperar hasta 1973 para rodar su siguiente film. Se había dado cuenta de que las libertades artísticas precisaban de una mayor independencia económica y con este propósito, en 1967, siendo profesor de la Escuela Oficial de Cinematografía, fundó su propia productora, El imán, con la que financiaría proyectos como Un, dos, tres…, al escondite inglés (1969), ópera prima de Iván Zulueta; Mi querida señorita (en la que, además, interviene como actor, sin acreditar, en el papel de un médico y escribe el guión junto al director Jaime de Armiñan); Camada negra (1977), de Manuel Gutiérrez Aragón; o El monosabio (1978), de Ray Rivas.
Hay que matar a B fue un proyecto de larga gestación. El guión había sido escrito en 1966 por el propio Borau, Antonio Drove y Ángel Fernández Santos, aunque este último declinó figurar en los créditos al considerar que su aportación había sido mínima. Lo ambicioso del producto se concretó aún más cuando se decidió rodarlo en inglés y con un reparto internacional. El norteamericano Darren McGavin (1922-2006) incorporó al protagonista Pal KovaK. McGavin se encontraba en un gran momento, quizás el mejor en toda su carrera. Venía de rodar el exitoso (tele)film de Dan Curtis The Night Stalker, que a continuación se reciclaría en serie de TV convirtiendo al actor en figura de culto gracias a su papel de Carl Kolchak, un singular detective de lo sobrenatural.
La película empieza con el plano de unas manos que rebuscan en un archivo hasta dar con la ficha de Kovac. Éste es un tipo solitario e individualista, un expatriado de origen húngaro que vive en un indeterminado país sudamericano y permanece ajeno al caos imperante en el lugar. Tanto es así, que al principio del film le vemos ejercer de esquirol ante la indignación de sus compañeros, que secundan una huelga como complemento de agitación a las continuas manifestaciones que recorren todo el país para exigir la vuelta del exilio de un dirigente político al que conoceremos por el sobrenombre de “B”, tal como lo identifica la policía local. Estas características que particularizan la actitud y situación de Kovac le convertirán en el hombre perfecto para los servicios secretos que no dudaran en utilizarle para alcanzar sus fines: matar a “B”. Así, urdirán un plan que aboque a Kovac a un callejón sin salida utilizando para ello dos “cebos”: el primero es un pintoresco detective privado (aún sin licencia, pero el día menos pensado se la darán) que se hace llamar Héctor Alavisso (con dos eses). El segundo es una bella mujer, una rubia sensacional, supuesta esposa de un poderoso y respetable financiero, y que responde al nombre de Susana. Alavisso fue interpretado por el genial actor y director(1) Burgess Meredith que, a pesar de su dilatada carrera y de colaborar con realizadores como Preminger, Milestone, Mankiewicz o Renoir, el gran público le reconocerá siempre por su papel de Mickey, el entrenador de Sylvester Stallone en la saga Rocky. De muy diferente perfil resultaba la actriz que dio vida a la enigmática Susana. Se trató de la francesa Stephane Audran, musa del cineasta Claude Chabrol, con el que ya había trabajado en más de una decena de películas. Aunque limitada intérprete, supo aprovechar su fría belleza para convertirse en una actriz de lo más sugerente y demandada en aquella época. De hecho, venía de rodar a las órdenes de Buñuel su oscarizada El discreto encanto de la burguesía.
En el reparto también hay un hueco para otra figura de la escena norteamericana, una otoñal y muy creíble Patricia Neal. Y el elenco se completa, redondeando la solidez interpretativa del film, con los españoles Luis Prendes, Pedro del Corral y María Cristina Heredia, ésta ultima como la pequeña Luci.
En el reparto también hay un hueco para otra figura de la escena norteamericana, una otoñal y muy creíble Patricia Neal. Y el elenco se completa, redondeando la solidez interpretativa del film, con los españoles Luis Prendes, Pedro del Corral y María Cristina Heredia, ésta ultima como la pequeña Luci.
Hay que matar a B es un buen thriller político, una de aquellas parábolas tan en boga en los años setenta en Europa, época privilegiada para el “género”, muy en la línea de lo practicado por el franco-griego Costa Gavras, uno de sus máximos representantes, que, precisamente, ese mismo año, 1973, estrenaba una de sus mejores obras: Estado de sitio, en torno al secuestro de Dan Mitrione (Ives Montand), agente especializado en tortura de la CIA. En España, el tardofranquismo estimuló un cierto cine de oposición, impulsado por productores como el propio Luis Megino (al frente del título que nos ocupa) o, sobre todo, el infatigable Elías Querejeta. Este cine, por razones obvias, iba más dirigido hacía la velada crítica de las, digamos, costumbres socialmente aceptadas que hacía una reflexión crítica de la realidad política del momento, ésta forzosamente representada mediante sutiles aproximaciones de índole metafórica.
Aún por entonces, el aparato censor del régimen operaba a pleno rendimiento estrechando con vehemencia todo margen expresivo. Basta recordar en este sentido algunos ejemplos particularmente relevantes como la prohibición total de Liberxina 90 o Canciones para después de una guerra, el bloqueo a La prima Angélica o el inexorable exilio francés de Berlanga para poder rodar su Tamaño natural. Por supuesto que la cinta de Borau se topó con la censura. La obra quedó desvirtuada desde el momento en el que se obligó a cambiar la nacionalidad del personaje principal, originariamente vasca. Borau recordaba: “La historia trataba de unos vascos que estaban en el cono sur y uno de ellos quería volver a España a toda costa.”Cristalizada de esa forma la presión censora, el contenido de la película estuvo a merced de otro tipo de interpretaciones que apuntaban en distinta dirección, mucho más condescendientes, resumidas en la vaga descripción de un ciudadano constreñido por un Estado que opera en secreto. Vocacionalmente, la historia aspiraba a crear conciencia política en los españoles, generalmente domesticados tras más de tres décadas de férrea dictadura. “El blanco de la crítica del film -explicó el (co)guionista Antonio Drove- es el aventurero que protagoniza Tierras lejanas o Praderas sin ley…” La llamada a la acción colectiva en una sociedad adormecida que se movía bajo la pesada tutela de curas y militares, ajena a las voces del exterior, y demasiado satisfecha de sí misma.
Coproducida con Suiza a través de la compañía Taurean Films; rodada, no sin incidencias y complicaciones, en Madrid y Vigo; fotografiada por Luis Cuadrado, musicalizada por José Nieto (saxo a cargo de Pedro Iturralde), y dirigida con un estilo seco y escueto - quizás un tanto frio y desapasionado-, sin efectismos ni excesos; Hay que matar a B, aunque fácilmente adscribible a esa corriente cinematográfica -antes apuntada- dada dentro de nuestras fronteras, deviene en título parcialmente insólito en el panorama del cine español de su tiempo, triunfando allí donde otros -muchos- habían naufragado. Referencia ineludible, pues, al convertir la ambición en virtud. Pero ni el notable trabajo de planificación y montaje, ni la satisfactoria implementación de dispositivos simbólicos, ni el equilibrado desarrollo narrativo, ni tan siquiera la factura internacional del producto(2) parecieron ser suficientes para asegurar un buen rendimiento en las taquillas. En efecto, la película no tuvo la acogida esperada, si bien, cabe comentar aquí que, entre otras cosas, esto fue debido a la pésima distribución que le dispensó la Paramount Film Española: en Barcelona se estrenó coincidiendo con el Mundial de fútbol y en Madrid no apareció hasta ¡dos años después!, allá por Junio de 1975(3) cuando a punto estaba de estrenarse la siguiente película de su director: Furtivos.
________________________________________________
(1) Meredith llegó a dirigir dos películas: El hombre de la torre Eiffel en 1949, y The yin and the Young of Mr. Go en 1970.
(1) Meredith llegó a dirigir dos películas: El hombre de la torre Eiffel en 1949, y The yin and the Young of Mr. Go en 1970.
(2) Los críticos hablaron de la buena factura de la película. Borau se molestó profundamente al leer una reseña del crítico Alfonso Sánchez que desestimaba la “españolidad” de la película argumentando que era un poco mimética del cine norteamericano.
*La película se hizo acreedora de tres premios del Círculo de Escritores Cinematográficos: Mejor Película, Mejor Director y Mejor Ambientación.
*La película se hizo acreedora de tres premios del Círculo de Escritores Cinematográficos: Mejor Película, Mejor Director y Mejor Ambientación.
(3) Eso explica el error generalizado a la hora de fechar la cinta (la propia imdb es un ejemplo).